Son ya 79,5 millones las personas que se encuentran desplazadas forzosamente en el mundo. De nuevo, la cifra no ha cesado de incrementar y es la más elevada desde la Segunda Guerra Mundial. Pero quizá esta información ya no nos dice nada, cada año igual, cada año peor, cada año más desgracias. Aunque este año haya sido diferente ya que la humanidad entera se ha visto afectada por una nueva amenaza: el COVID-19.
Las guerras no han cesado, pese al alto al fuego demandado por Naciones Unidas hace unos meses, pero todas las fronteras se han cerrado más aún, sin establecerse en muchas ocasiones excepciones para aquellas personas que necesitasen solicitar protección internacional. Durante las últimas semanas hemos experimentado qué se siente cuándo nuestra vida se ve amenazada. Una amenaza que nos quita la libertad e incluso en ocasiones la vida misma. Algunos nos hemos desplazado, otros hemos visto limitada nuestra movilidad, muchos hemos perdido a seres queridos, trabajos, seguridades, sueños.
Para las personas forzosamente desplazadas probablemente haya sido “tan solo” una amenaza más que agrava su ya de por sí precaria situación. La ansiedad, incertidumbre sobre el futuro, miedo, angustia, se agravan más y realzan la vulnerabilidad ya existente entre todas estas personas. ¿Cómo puede confinarse una persona en una habitación insalubre en la que viven hacinadas varias familias? ¿Cómo seguir comiendo cuando se han suprimido varias actividades económicas del sector informal, que en muchos lugares del mundo es el único sector que da empleo a las personas refugiadas? ¿Qué hacer para continuar con la educación de los más jóvenes cuando no se dispone de medios para la enseñanza online? Y es que al que no tiene, se le quitará hasta lo que tiene.
Sin irse muy lejos: aquí en España hemos sido testigos de cómo las personas migrantes, solicitantes de asilo y refugiadas seguían trabajando, bajo amenaza de contagio, en los llamados sectores esenciales para que a nosotros, confinados, no nos faltase de nada. Además, pese a que los países europeos, y en particular España, no se presentaban como destinos muy seguros debido a la pandemia, las llegadas por la vía irregular marítima no han parado. Durante el primer semestre del año 2020 han llegado a las Islas Canarias tantas personas como todo el año 2019 entero. ¿Qué tipo de amenazas están dejando atrás todas estas personas, para tener que elegir cuál es la amenaza menor si la de origen o la de destino?
“Solo podemos salir juntos de esta situación, como una humanidad entera”, decía el Papa Francisco refiriéndose a esta situación. La humanidad entera tiene ahora la oportunidad de cambiar esa cifra de 79,5 millones por 79,5 millones de rostros. Detrás de cada cifra hay historias de vida, familias enteras, sueños, personas que están más amenazadas que nosotros y personas de las que nuestra salud depende en mayor o menor medida, ante la letalidad del virus.
Para salvarnos a nosotros, tenemos que curarnos todos. La realidad es que este imperativo siempre ha sido así, pero ahora se hace más urgente que nunca. Ojalá seamos capaces de recordar todo lo aprendido en este tiempo de confinamiento (soledad, duelo, angustia, miedo) y proyectarlo para crecer en empatía en la nueva normalidad, recordando también las palabras de Alvar (DDM-Nador): “tratando de curar una herida, sanas la propia”.
Nuria Ferré es Técnica de Incidencia Política en CEAR
Las fotos que aparecen en el artículo forman parte de la exposición Somos Migrantes