Cuando hace más de 16 años llegué a Ecuador, allá a Cáritas se le decía Caritas, y en España, a la Amazonía se le llamaba Amazonia. Supongo que una de las claves de la vida es dónde poner el acento en las decisiones que se van tomando. En mi caso lo puse en una palabra monosílaba: fe. La misma FE a la que no le hace falta la tilde para hacer que todo sea FEliz.
Pertenecer a una familia comprometida con el evangelio, vivir en un barrio marginal, ser de la parroquia luchadora de ese barrio, acompañar a jóvenes de distintas culturas, formarme en aquello a lo que me quería dedicar, compartir con amigos que se convierten en hermanos… son los pasos consecuentes para recalar en la maravillosa aventura de la cooperación internacional; pero vista como cooperación fraterna… Como misión.
Porque es ese Diosito que se hace pequeño entre los más pequeños, entre los más pobres, el que te envía. Es Él, el que propicia el encuentro con uno mismo y con los otros, haciendo de tu vida un apasionante viaje que encierra dentro otros muchos viajes más. Todo ello unido a ese Éxodo que significa partida; esa Iglesia en salida de la que habla Francisco; ese caminar, como Jesús hacía y hace, manchándonos de barro, callejeando la fe, siendo incluso como el flâneur de Baudelaire; me llevó a la Amazonía de Ecuador, como cauce congruente.
Allá, desde Cáritas Diocesana de Valladolid y en compañía de mi amigo del alma Alberto “Tete” Diez, viví 6 años (2005-2011), y allá he seguido yendo, prácticamente, cada año; porque si algo tiene la selva es que igual que absorbe y se come una carretera, de la misma manera atrapa y cautiva a aquél que vive en ella.
Lo primero que me llamó la atención cuando llegué, fue el estallido de vida en sus múltiples vertientes: desde la naturaleza más salvaje, con su inexplorada flora y su amenazante, pero a la vez atractiva fauna, que se manifiesta también de la forma más abrupta por medio de terremotos, inundaciones, ciclones y erupciones volcánicas; hasta la vida de hombres y mujeres construyendo su existencia en este medio indómito; pasando por la enorme cantidad de chicos y chicas que cuando sonríen lo iluminan todo.
Después de esa primera toma de contacto y de escuchar a la gente de allí, concluimos entre todos, que nuestro proyecto tenía que ser eminentemente formativo, integral y social, para que se produjera un efecto multiplicador que propiciara un desarrollo comunitario endógeno, desde los más empobrecidos.
Así las cosas, coordinando la Pastoral Social del Vicariato Apostólico de Puyo, tuvimos la oportunidad de impulsar programas como Justicia y Paz (derechos humanos); Promoción de la Mujer; Proyectos productivos (agroecología, trueque y microcréditos); Salud y Ancianos; Proyecto Encuentro (chicos y chicas de la calle), y nuestro mascarón de proa: la puesta en marcha de las Cáritas Parroquiales (por el que y lo escribo con sonrojo, nos concedieron el I Premio de la Dimensión Universal de la Caridad).
Una labor fraterna de muchas personas de allá y de aquí (de Valladolid fueron tres voluntarios de larga estancia y treinta más durante los meses de verano) que unió ambas realidades, ambas iglesias, y que fue pequeña y humilde simiente de la REPAM (Red Eclesial Panamazónica), cuya primera reunión tuvo lugar en Puyo, y que desembocó en el Sínodo de la Amazonía.
Durante estos años he seguido yendo a mi querida Amazonía, haciendo acompañamiento, asesoramiento y formación a la Pastoral Social del Vicariato. Con una ilusionante novedad para este verano: la puesta en marcha de un proyecto de voluntariado joven internacional de corta estancia, de las Cáritas Diocesanas de Castilla y León.
Todo ello siempre con un sentido de transformación de una realidad que es injusta, por otra en la que nos entreguemos al cuidado de esa Casa Común, al que nos exhortaba el Papa Francisco en “Querida Amazonía”:
Gracias Diosito, por ser caricia para los más pobres… Gracias Diosito por poner tu acento en ellos.