Es difícil encontrar buen cine africano en nuestras salas o plataformas digitales. Su tortuoso camino para que sea admitido en las grandes distribuidoras y llegue a las pantallas de nuestro país, se ha visto más complicado todavía con la pandemia COVID.
Sin embargo, en España hay una loable iniciativa para estrenar, promocionar y difundir el buen cine del continente vecino: el Festival de Cine Africano – FCAT. Un Festival de cine independiente, organizado por Al Tarab, asociación sin ánimo sin lucro y apoyado por la Cooperación española. El FCAT, con sedes en Sevilla, Algeciras y Tánger, centra sus esfuerzos en la promoción y divulgación de las cinematografías de los países africanos. Además cuenta con un amplísimo fondo de películas, algunas de las cuales las puedes ver a precios asequibles o en la plataforma Filmin. Dejo aquí su web para los interesados.
Pero como no todo el mundo quiere ni puede ver un cine tan especializado, propongo hoy una película mucho más conocida y accesible: El jardinero fiel (2005), realizada por el cineasta brasileño, Fernando Meirelles, reconocido director que saltó a la fama por su obra Ciudad de Dios.
El jardinero fiel, basada en un libro homónimo de John Le Carré, se desarrolla en Kenia. Cerca del lago Turkana, en un rincón perdido al norte del país, ha sido asesinada Tessa Quayle, una cooperante y activista británica, cuando investigaba los ensayos de una farmacéutica con el Dypraxa, un medicamento contra la tuberculosis que pone en riesgo la salud de los pacientes. Los servicios consulares británicos, que investigan el asesinato creen que ha sido un crimen pasional de su supuesto amante. La tesis no convence al viudo Justin, un diplomático inglés, interpretado ajustadamente por Ralph Fiennes, quien sospecha que sus propios compañeros de la embajada le ocultan información. Según avanza en sus propias pesquisas va topándose con una red corrupta de poder y mala praxis, que afecta a una multinacional farmacéutica y a los intereses políticos y económicos de su propio país.
La obra de Meirelles es áspera y desesperanzadora, pero también contiene un hermoso relato de lucha, de amor y de idealismo tan necesario a pesar de su derrota. Está en ese amor sin fisuras ni dudas el mensaje más fuerte y claro, un grito contra la resignación, un clamor contra la rendición ante las tinieblas del poder. Quizá no haya esperanza, pero eso no evita ni la rebeldía ni la lucha.
Puede leerse la película en clave metafórica de las relaciones que siguen teniendo las potencias occidentales con los países más pobres de África, ese patio trasero donde vale todo, no solo la explotación económica, la devastación ambiental, sino también la experimentación de fármacos en personas sin importar mucho las consecuencias ni peligros para la vida.
Hay por tanto una clara vocación de denuncia, en ocasiones un tanto maniquea, hay que decirlo, no porque no sea verídico lo que cuenta sino por el exceso, con los personajes malos bastante caricaturizados frente a la bondad de los cónyuges. Pero eso es parte del objetivo.
Funciona muy bien la localización en los lugares reales donde sucede, así como el aire policiaco de la de la trama. Gana también con la presencia de una inmensa Rachel Weisz, en el personaje de Tessa, con sus aristas y equívocos, heredera de los mejores heroínas del cine negro. Para algunos espectadores la realización, casi como un documental periodístico y con un montaje sincopado, puede resultarle incómodo, pero le otorga veracidad.
Quisiera destacar dos escenas imborrables de la película. La primera porque claramente ilumina y provoca al espectador al tiempo que precipita la decisión del protagonista. Se trata del momento desgarrador y trágico en que el diplomático huye de un ataque de bandidos armados en un poblado keniata. En el último instante, justo antes de abordar el avión, se ve obligado a abandonar a una niña keniata a la que trata de salvar. Es una bofetada que deja las cosas claras.
Y luego está ese desafiante, turbador y nada convencional final. No necesita explicaciones ni descripción alguna, pero para quienes lo vean jamás se les olvidará.
En definitiva, una película beligerante, provocadora, lo que la hace muy adecuada para el debate, que podrá gustar más o menos, pero que refleja una realidad de abusos sin escrúpulos que continua una tradición histórica de colonialismo y de dominación política y social, marcada por relaciones clientelares, corruptas y militares, a las que no escapan los propios africanos.
Dejo también para el recuerdo otras dos películas, muy diferentes, que merecen su tiempo y que transcurren también en África.
Hotel Rwanda (2004)
Dirigida por Terry George, es una de esas películas que afortunadamente, nos devuelve la esperanza en el ser humano. A pesar de los terribles acontecimientos que surgen en la cruenta guerra civil de Ruanda, en 1994, cuando se produce el genocidio de los tutsi, en medio de aquella carnicería fratricida, algunos hombres y mujeres encuentran el camino adecuado y ofrecen ayuda a los demás sin importarle su condición ni el riesgo que corren ellos mismos. Hotel Rwanda, sin evitar lo terrible, ofrece esperanza y fe a la propia humanidad.
Memorias de África (1985)
Por relajar el tono y porque es una auténtica delicia para los amantes del buen cine y de las buenas historias, no puedo evitar recomendar una lección de cine maravillosa por parte de Sydney Pollack. Se le puede acusar de ser la visión nostálgica y colonialista de los occidentales, que soñaron un África que nunca existió y que ellos mismo destrozaron. Sin duda así es, pero además de sus bondades cinematográficas, nos muestra un continente lleno de belleza, posibilidades y de enorme riqueza cultural y humana. Y nos trae una mirada enamorada a unas tierras y a unas gentes que siguen estando por descubrir.