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DE LA SOSTENIBILIDAD A LA FRATERNIDAD

Tiempo de lectura: 4 minutos

Sostenibilidad. Esa palabra que de tanto repetirla está en riesgo de perder su significado por completo. Ahora que parece que todo puede ser sostenible, desde una hamburguesa a un modelo de coche, existe el riesgo de entender la sostenibilidad como una moda. Una tendencia más a la que sumarse y a la que, además, parece que solo tienen acceso algunos privilegiados por su precio.

No recuerdo dónde escuché una definición de ‘sostenibilidad’ que me gustó: “Tratar a este planeta como si planeáramos quedarnos”. A pesar de lo que ciertos multimillonarios nos quieran hacer creer, solo en la Tierra es posible la vida y todo lo que amamos. Precisamente por esto, yo sí creo que tiene sentido intentar vivir de la forma más sostenible, comunitaria y sencilla posible en cada momento.

Foto: Inés Rigal

¿Por qué? Por un lado, porque se trata de un ejercicio práctico de autonomía sobre nuestra propia vida y cómo queremos vivirla. Quizás no podamos cambiar de la noche a la mañana todo el sistema de consumo en el que nos movemos, pero sí podemos ir desprendiéndonos de las creencias que nos atan a él. Además, por nuestra propia naturaleza de animales sociales, nuestras elecciones influyen a quienes nos rodean, y así podemos crear conversaciones, planes, formas de comer o de regalar diferentes a lo que hacíamos antes.

A mí me costó años ver que no existe una justicia social por un lado y una justicia climática por otro, sino que están interconectadas, igual que la humanidad vivimos en interdependencia con todo lo que habita este planeta. Salir del derroche, de la prisa constante, de la atención a la publicidad, de la híper optimización del tiempo, de la desconfianza hacia los demás, de la comodidad como primer principio y otros tantos automáticos nos puede llevar a una senda más lógico y justo.

Foto: Elena Campos Cea

Desde mi experiencia personal, este camino de desprendimiento trae consigo una gratitud honda, una atención a lo “pequeño” y una apertura a la solidaridad con el resto de la humanidad. Cuando nos atrevemos a reconocer esta interdependencia y nuestra propia vulnerabilidad, entra en nuestras vidas la posibilidad de la fraternidad. Creo que deberíamos reivindicarla hoy más que nunca porque nuestra forma de consumir, de desplazarnos o de alimentarnos tiene todo que ver con las personas. Especialmente con las que menos han contribuido a esta situación de crisis eco social en la que estamos, y que son quienes más sufren sus efectos.

Quizás deberíamos dejar de poner el apellido “sostenible” a todo o hablar de salvar la Tierra (como si no fuéramos nosotros los que necesitamos un planeta sano) y reivindicar más la fraternidad como motor de nuestras decisiones cotidianas. Comparto a continuación algunas acciones diarias que me ayudan a vivir más conectada y corresponsable con quienes habitamos la Tierra:

  • Esforzarme por comprender las causas que nos han llevado a esta crisis y cómo se relacionan con otras luchas como la feminista o antirracista.
  • Mantenerme informada sobre la realidad de las personas que más sufren las consecuencias de la crisis climática.
  • Reducir mi exposición a invitaciones al consumismo eligiendo bien qué newsletters recibo, qué cuentas sigo en redes sociales, viviendo sin televisión…
  • Elegir en la medida de lo posible formas de ocio que no impliquen consumir, sino disfrutar de estar juntos (cocinar para otros, recibir en casa, dar un paseo, hacer un picnic, salir de excursión…).
  • Colaborar económicamente con organizaciones sin ánimo de lucro que trabajan por la justicia social, participar en consejos de proximidad de mi ayuntamiento, ser voluntaria en asociaciones locales.
  • No consumir ningún producto de origen animal, no solo por compasión hacia los demás seres sintientes, sino también por reducir el impacto ambiental de mi comida (uso del suelo, del agua, emisiones de gases de efecto invernadero…).
  • Prescindir del coche en el día a día para no contribuir a la contaminación del aire de mi ciudad.
  • Mirar al cielo todo lo posible: al caminar, desde el autobús, admirar el amanecer y el atardecer, (aunque sea desde una rendija del tendedero), observar los pájaros, buscar la luna. Recordar que todos, todas estamos aquí abajo.

La foto de portada es de Elena Campos Cea (¡gracias!)

 

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