Conocí a Josefa –Chefa- en un viaje a Piura, en el norte de Perú, hace más de 20 años. Ella era una de las lideresas implicadas en la apertura de una nueva escuela de Fe y Alegría y yo trabajaba en otra ONGD. La fuerza de su discurso defendiendo la educación de sus nietas, me impresionó.
Años más tarde, por una de esas increíbles y maravillosas coincidencias de la vida, la volví a ver. Esta vez protagonizaba el video de nuestra campaña “Ojos que si ven” y solo en ese momento descubrí que Chefa nunca había ido a la escuela de niña y que fue ya en su madurez cuando a través de un programa de alfabetización de personas adultas de Fe y Alegría “aprendí a leer, me aprendí a relacionar con la gente. Ahora sé muchísimas cosas. He sido partera, he salvado a niños. Ahora soy rica en comparación a cuando fui niña. Ahora soy. Estoy orgullosa de lo que sé. ¡Una luz!”. Ese fue su verdadero “nacimiento” porque la educación es vida, dignidad, sueños de futuro, protección, esperanza…
El derecho a aprender y seguir aprendiendo a lo largo de toda la vida es quizás lo más cercano al derecho a ser, al derecho a constituirnos como personas autónomas y a ser en relación con los demás. Los beneficios de la educación impregnan todos los ámbitos de la vida desde el momento mismo de nuestro nacimiento. Solo garantizando el acceso a una educación de calidad a todas personas sin discriminación alguna tendremos posibilidad de erradicar la pobreza y el hambre, proteger el planeta y construir unas sociedades más justas.
La educación es un bien público global esencial para la paz, la tolerancia, la realización humana y el desarrollo sostenible. Es un derecho humano fundamental y la base para garantizar la realización de otros derechos y como tal lo proclaman las constituciones de prácticamente la totalidad de los estados del mundo. En 2015, representantes de la comunidad internacional se comprometieron a poner los esfuerzos necesarios para garantizar una educación de calidad, equitativa e inclusiva para todas las personas antes de 2030. Este es el Objetivo Nº 4 de la Agenda Global de Desarrollo Sostenible.
Sin embargo, hay un enorme abismo entre los grandes acuerdos, las constituciones y la realidad. Los compromisos internacionales no se llevan a la práctica al ritmo que quisiéramos y que la humanidad necesita. Tras décadas de lentos avances, todavía hoy hay más de 750 millones de jóvenes y personas adultas a las que se les has negado su derecho a la educación y 258 millones de niños, niñas y jóvenes que deberían estar cursando sus estudios primarias o secundarios no están escolarizados. Millones de personas en casi todos los países del mundo ven vulnerado su derecho a una educación de calidad a lo largo de toda la vida.
La crisis educativa que ha venido de la mano de la pandemia del COVID-19 supone un gravísimo retroceso en el camino realizado. Nunca antes hemos vivido algo parecido: casi 1.600 millones de estudiantes llegaron a estar afectados por los cierres de las escuelas. Las consecuencias educativas a medio y largo plazo son aun difíciles de determinar pero la UNESCO estima que alrededor de 24 millones de estudiantes no habrían aun regresado a las aulas. El riesgo de no volver nunca más al colegio es mayor en las niñas y adolescentes y lamentablemente estamos comprobando como la violencia sexual, los matrimonios forzosos y los embarazos tempranos están aumentando.
José Maria Vélaz, fundador de Fe y Alegría decía “es necesario persuadir de que todos tenemos sagrados deberes respecto a la educación integral de nuestro pueblo”. Hacer realidad el derecho a una educación de calidad especialmente de aquellos que viven en los márgenes de la exclusión es responsabilidad de todos porque SIN EDUCACIÓN LA VIDA NO SE SOSTIENE.
Imagen de portada Gema López