Motivos, orígenes y razones que nos llevan a la guerra
Cada año, la agencia de la ONU para los refugiados (ACNUR) emite un informe en el que el número de personas desplazadas por la violencia marca un récord histórico, siempre con la referencia a la última gran batalla mundial, la Segunda Guerra Mundial (1939-1945). No acercamos, con el conflicto de Ucrania (más de 3 millones de refugiados y casi 6 de desplazados), a los 90 millones en el mundo, lo que superaría ya la población total de uno de los países con más habitantes de Europa, Alemania.

Pero más allá de Ucrania, siguen abiertos los conflictos silenciados, o ahora menos mediáticos, de Siria, Afganistán, Sudán del Sur, Etiopía, Yemen, Sudán del Sur, RC del Congo, República Centroafricana, Myammar… de los que parecemos habernos olvidado y que siguen provocando miles de desplazamientos forzosos en el mundo.
Sin embargo, esta huida de la violencia no responde solo a los que denominamos tradicionalmente guerras: conflicto de un estado contra otro. Violencia como la que producen las maras en El Salvador, Honduras o las bandas de narcos en México, tradicionalmente en Colombia, que pelean por pequeños espacios de cada país, cada ciudad, cada barrio.
Hoy, la definición de guerra es más fluida: «Dos grupos organizados disputándose un objetivo político, ya sea el control de un gobierno o de un territorio, con continuidad en los enfrentamientos». Lo afirma Dan Smith, presidente de la ONG británica International Alert, que elabora desde los años 70 un Atlas con la situación del mundo (The State of the World Atlas). Smith, que describe las guerras de hoy como «más cortas y menos letales», evidencia dos señales de alarma que no hay que perder de vista para prever nuevos enfrentamientos: los acuerdos de paz artificiales y las desigualdades cada vez más acusadas. «En muchos lugares el conflicto se ha reprimido en vez de haber sido resuelto. Si uno quiere saber cuáles son los sitios más susceptibles de próximas guerras, debe mirar dónde ocurrieron las últimas», indica.
Desigualdad
Otro motivo principal que origina las guerras es la falta de acceso a los recursos básicos como los alimentos, el agua o la energía: «Evidentemente la gente está más motivada a luchar por los cambios y esto puede desembocar en guerras».

Desigualdades que a veces hacen que la violencia se convierta en la normalidad, situaciones permanentes de inseguridad y malestar, que destaca Jesús A. Villaverde, el codirector del IECAH (Instituto de Estudios Sobre Conflictos y Acción Humanitaria): «Nos movemos en un escenario en el que no hay grandes guerras con nombre propio, pero sí vivimos en un planeta sometido a riesgos y amenazas, más difusos, más complejos, pero no menos letales y ahí están las brechas de desigualdad como elemento fundamental, brechas que además van aumentando».
Mariano Aguirre, director de NOREF (The Norwegian Peacebuilding Resource Center), una organización que fundó el Ministerio de Exteriores de Noruega para prevenir conflictos y responder a las necesidades cuando finalmente explotan, denuncia los «atrasos irreparables» que sufre un país que ha estado en guerra. Dice que, si Afganistán o Somalia lograran la paz permanente algún día, «tardarían más de 150 años en lograr una aceptable estabilidad». «Si el estado es inclusivo de los diferentes grupos e intereses hay menos posibilidad de que haya conflictos, pero si opera en función de un grupo, una élite o varias (peor si éstas representan alguna identidad), entonces habrá más probabilidades de una guerra».
¿Para qué sirven las guerras?
Ian Morris, doctor en Historia por la Universidad de Cambridge y profesor en Stanford, es especialista en Cultura Clásica y Arqueología, se ha pasado la última década estudiando conflictos bélicos desde la Edad de Piedra, hace unos 10.000 años.

Sus conclusiones se detallan en el libro Guerra, ¿para qué sirve? El papel de los conflictos en la civilización (Ático de Libros) son claras e incluso polémicas. “La guerra es un infierno, pero, a lo largo de los años, se demuestra que las alternativas habrían sido peores».
¿Se podrían haber evitado las Guerras Mundiales, Vietnam, Irak, Afganistán u otras confrontaciones en cualquiera de los cinco continentes? La respuesta es que probablemente sí, pero quizás no habría sido la mejor opción, según defiende Morris basándose en pruebas arqueológicas, antropológicas, históricas e incluso biológicas.
“La violencia evolucionó hace cuatrocientos millones de años como una forma de ganar enfrentamientos. Algunos incluso han evolucionado para utilizar la violencia de forma colectiva y, cuando el territorio entra en juego, esa violencia puede ser letal. Así vino la guerra al mundo”, explica en su libro.
Hace 10.000 años, los humanos se agrupaban en pequeños clanes o vivían en pueblos de mucha menor extensión que los actuales. Sus principales retos eran encontrar comida y sobrevivir a los peligros de su alrededor (animales u otras comunidades).
La mayoría de las estimaciones hechas por expertos determina que entre un 10 y un 20 por ciento de las personas que vivieron en esas sociedades de la Edad de Piedra murieron a manos de otros humanos. La cifra no deja de ser extremadamente elevada. Especialmente cuando se compara con el siglo XX.
En un periodo de apenas cien años en el que se vivieron dos guerras mundiales, dos bombas atómicas, una cadena de genocidios y múltiples hambrunas que elevaron la cifra de muertos a entre 100 y 200 millones de individuos, la tasa de muertes debidas a la guerra asciende a apenas un 1 o un 2 por ciento del total de la población. “Si unO fue lo bastante afortunado como para nacer en el industrializado siglo XX, las probabilidades de morir violentamente eran una media de diez veces menores que las de alguien nacido en cualquier sociedad de la Edad de Piedra”, asegura el profesor de Stanford.

La paz
Pero tal vez la reflexión que hoy debamos hacer, en medio de un escenario de dolor y muerte, no es el del triunfo de la guerra, sino el del fracaso de la paz. Al margen de que esté herida por el cinismo, la ambición desmedida y la falta de voluntad política de nuestros gobernantes, la paz se construye desde abajo, desde cada uno de nosotros en el día a día. Por ello es necesario promover procesos educativos que enseñen desde y para la no violencia y que construyan una ciudadanía global.
Mahatma Ghandi decía: “Si vamos a enseñar la verdadera paz en este mundo, y si vamos a llevar una verdadera guerra contra la guerra, vamos a tener que empezar con los niños y las niñas”.
Completamos esta información con un artículo del padre Alberto Ares, director del JRS Europe, sobre el conflicto de Ucrania y la presencia jesuita en esta guerra:
Nuestra misión es acompañar, servir y defender a las personas refugiadas y desplazadas en el mundo. En el caso del JRS Europa lo hacemos coordinando una red de 22 oficinas en otros tantos países europeos.
Desde que empezó la guerra de Ucrania, pero también mucho antes, el JRS está presente en todos esos países, tanto en Ucrania como en toda su línea de frontera (Polonia, Rumanía, Hungría). También trabajamos con otros compañeros jesuitas en países como Eslovaquia y Moldavia.
En Ucrania acompañamos a las personas que están en tránsito por la guerra. En concreto en Lviv (Leópolis), donde tenemos nuestras oficinas. Allí, además de un albergue para personas refugiadas, tenemos un centro de espiritualidad que hemos reconvertido en este tiempo en un espacio de acogida. A las personas que allí llegan las acogemos, las cuidamos y las acompañamos en buses a la frontera. De vuelta, traemos alimentos desde Polonia para atender a otras personas que quieren hacer este tránsito. Apoyamos también con asistencia psicológica, administrativa y legal. Muchas personas llegan sin pasaporte y necesitan apoyo para gestionar esos papeles, ir al consulado… Muchos niños y niñas no tienen documentación y es necesaria para pasar a otros países.

Trabajamos también en una segunda línea de frontera en Croacia, Bosnia, Kosovo, Serbia y Macedonia. Allí coordinamos esta emergencia con comunidades jesuitas en esos países, que nos están prestando una gran ayuda. El padre General, Arturo Sosa, nos ha hecho un llamamiento para atender esta situación, coordinarnos y poner todos los recursos necesarios, que son muchos debido al enorme número de personas que están moviéndose o saliendo de Ucrania.
Tenemos la suerte de que los estados de la Unión Europea (UE) han aprobado la directiva de protección temporal para migrantes y refugiados ucranianos en todo el territorio de la UE, lo que activa vías seguras y legales para que las personas se desplacen de un país a otro y puedan ser acogidas con todas las garantías. Ojalá que este tipo de decisiones, de abrir fronteras para quien lo necesite, ocurra en otras ocasiones, con otros conflictos, y de ello podamos aprender. Uno se da cuenta de que cuando hay interés, capacidad y cuando se quiere ayudar de verdad, se produce el milagro de la solidaridad y de la acogida. Esto nos hace recordar, y reflexionar, sobre las muchas personas que están esperando en otros rincones de Europa, y del mundo, para poder cruzar y llegar a nuestros países. Sin duda, esto es un aprendizaje para ver que hay otras maneras de acercarnos a estos conflictos y a estos desplazamientos masivos y forzados de personas. No podemos olvidar que, además de en Ucrania, hay más de 10 guerras activas en el mundo con muchas personas huyendo de esos conflictos que generan muerte y dolor.
Desde el JSR Europa nos unimos a las peticiones del Papa Francisco y de la propia Compañía de Jesús pidiendo que las armas se callen y rechazamos cualquier acción que cause sufrimiento en las personas. Rezamos para que esta guerra acabe pronto.