Hace ya dos meses que volví a Haití, y como era de esperar, mi segundo año aquí ha venido cargado de un millón de emociones, olores y momentos que se me han ido cargando encima, llenándome recovecos desconocidos.
Han sido dos meses en los que he caminado con la vida, felicidad, injusticia, muerte, dolor y dignidad muy de cerca, bien pegadas a mí.
Continuar con mi trabajo, reencontrarme con la vida aquí, con mis compañeras de recorrido, volver a ser la “niña” en una casa de mujeres con personalidad de hierro, hacerme oír y respetar, volver a la dinámica haitiana, a ritmos diferentes, del ruido de los tambores y de las olas que bañan la costa pausadamente; lleva su tiempo de (re)adaptación.
El sur de Haití fue mi regalo de Navidad, sus playas, ciudades, arte y gente que por una vez no me llamaban “blanc”; sentí desigualdad con respecto a mi noroeste, dónde los árboles que quedan son monumentos de tiempos mejores, siendo testigos de la deforestación para producir carbón, de la ausencia de agua que nos ahoga… El sur estaba lleno de vida, de brotes de turismo, de un ambiente relajado, dispuesto incluso a disfrutar de la vida, aunque fuese un ratito.
Al volver al noroeste de nuevo, sequía, kilómetros de niñas andando con sus bidones amarillos cargados sobre espaldas rectas, buscando agua en otras comunidades, porque ya se agotó en su pueblo. Haciendo cola para sacar algo de un líquido amarillo y sucio que sale de un río infestado de basura y jabones y quién sabe que…
Vida, mucha, en la infancia, en madres fuertes que por poco que parezca que tengan se tienen a ellas mismas, a sus hijos y vecinas. Las mujeres aquí siguen, me demuestran que la vida se vive cada día, me hacen reír con sus palabras, silencios y canciones. Sigo viendo algunos hombres que siguen usándolas, golpeándolas y prohibiéndoles; veo los dolores y obstáculos que existen por el mero hecho de haber nacido mujer. Entiendo diferentes feminismos, reivindicaciones y luchas; oscuridades que me hacen trabajar por seguir aportando luz, a mi medida.
Muerte, porque en Haití parece que se muere más. Se muere mucho. Se muere de súbito. Se muere agonizando. Yo me rompo de pena, viendo el dolor de una madre, porque su hija se nos ha ido demasiado rápido, y hemos visto la vida escurriéndose en sus ojitos. Un bebé, de tres meses, entre tantos y tantos que se mueren por no tener que comer, porque sus madres no han podido ofrecerles nada mejor, por falta de medios, por las miradas algo frías, algo distantes, como si otro bebé no cambiase nada. Muertes así, que me sacuden y me dejan huella profunda, que me hacen consciente de la vida de una forma dolorosa.
Mientras tanto, mientras todo esto me pasa por dentro, a mi alrededor el pueblo se levanta, y cruje y revienta, gritando ¡basta ya!. Una vez más, las manifestaciones bloquean el país, no tenemos gasolina, la retienen, y todos los precios suben, la gente deja de tener para comer, los colegios se cierran, los neumáticos arden, reina la incertidumbre. Siete días así, que dejan Puerto Príncipe y otras ciudades en estado de shock… Después volverá esa calma, esa paz mentirosa, porque no hay guerra, pero la paz no puede ser cierta cuando hay tantas heridas sangrantes, tanto ladrón en el gobierno y tanta gente sufriendo a su costa. Tanto silencio internacional e intereses que se mueven alrededor… Jean Rabel en cambio parece que va a otro ritmo, aquí no hay disturbios, la gente sigue poquito a poco con su vida, con sus campos y sus historias…
Aun así, aun con todo esto, aquí sigo, aquí sigue la vida, riéndonos y celebrando, yendo al mercado, sentándome con las ancianas, jugando y aprendiendo de las personas que me rodean, dando botes en la moto a través de caminos impracticables, viendo atardeceres y disfrutando de los regalos inesperados que voy encontrándome a través de los días.
Quizás os cuento mucho o muy poco, palabras duras, historias que cuesta digerir… Pero me siento responsable, de compartirlo, de ser altavoz, al menos de vez en cuando, aunque sea con vosotros y vosotras, las personas que más cerca siento, así que gracias por leerme.
Mientras tanto voy plantando semillas, regando las que fueron sembradas por otras personas…
Un abrazo enorme que cruza océanos y montañas,
Paloma Peñas Dendariena es VOLPA en Haití desde el año 2017
PD: este mensaje ha sido escrito como un relámpago, sacando mucho de lo que llevo dentro.
2 Comentarios
Tu desgarrador relato me agrieta el corazon
Mucho animo
Un abrazo grande
Compañera de camino, vida y por supuesto de haití; gracias por abrir tus entrañas de mujer a tanta gente, realidad, injusticia y esperanza… sigue siendo nuestros ojos! nos hace mucho bien, y a través tuyo, estamos más cerca del pueblo haitiano.