Con algunos compañeros y compañeras, viajamos en marzo a Burundi y Ruanda con el objetivo de visitar a los equipos y proyectos de las organizaciones aliadas de Alboan en la región. Queríamos reunirnos especialmente con los equipos de INADES Formación en ambos países, aunque también hemos visitado al equipo SJR Grandes Lagos y algunos proyectos del programa de Alboan Mujeres en Marcha.
Para mí era la primera vez no sólo en esos países sino también en el todo el áfrica subsahariana.
Había compartido comunidad con varios compañeros jesuitas con muchos años de vida en Congo; yo mismo había vivido desde la distancia y con perplejidad el genocidio del ’94 en Ruanda o la segunda gran hambruna en Etiopía siendo novicio en Zaragoza, hechos que marcaron junto con la guerra en los Balcanes o los mártires de la UCA del ’89 nuestros primeros tiempos de formación jesuita. Pero como os digo, este era un viaje de debutante en el continente.
Se suele decir que alguien que pasa dos meses en África escribe un libro, quien lo hace dos
años quizá se anime con un artículo, y tras 20 años uno ya no tiene ganas de escribir nada… pues bien, me piden que ordene y escriba mis impresiones y, sin ninguna pretensión de artículo técnico, aquí las tenéis.
La belleza natural y humana a las orillas del lago Tanganica
La llegada a Bujumbura, la capital de Burundi a orillas del lago Tanganica, fue un contraste sensorial muy fuerte. Tanganica quiere decir en suahili “el territorio que hay detrás” o “lo que hay detrás” de la ciudad de Tanga que significaba en persa “la costa de los negros” en la vecina Tanzania. Y este lo que hay detrás se convirtió en un mantra durante todo el viaje. No solo porque invitaba a la conjetura el aspecto ondulado del territorio, lleno de pequeñas, medianas y enormes colinas, y por la continua visión del otro lado del lago, sino también por la constante necesidad personal de traducir y de ver más allá de lo que mis ojos y mis sentidos veían (una riqueza natural y una laboriosidad humana que difícilmente había contemplado en ninguna otra parte). Por los caminos había mucha gente en movimiento, cargando y trayendo, comprando o intercambiando, muchas niñas con bebés a sus espaldas y muchas niñas y niños caminando kilómetros arriba o abajo hacia o desde la escuela, siempre corriendo con sus manos entrelazadas.
El esfuerzo y el empeño en la pura supervivencia familiar y comunitaria desde las pequeñas cooperativas productoras de arroz y mandioca
En Burundi visitamos varias cooperativas de arroz, mandioca, maíz y palma en zonas muy rurales, donde las personas y comunidades participantes traducían continuamente el concepto desarrollo por supervivencia/bienestar de sus hijas e hijos (que abarcaba el aseguramiento de un espacio de cobijo/vivienda como medio de protección para las familias y el acceso a los recursos económicos que permiten asegurar una primera escolarización).
Desarrollo allí se entiende también como el creciente cuidado del entorno natural propio, que se encarna en métodos de cultivo ecológicos, lucha por agrandar las fronteras de la soberanía alimentaria y el uso de abono sin químicos que contaminan los recursos hídricos.
Me impactó el esfuerzo, tan necesario, de estas personas que dignifican con sus manos lo que producen y con sus corazones aquello en lo que sueñan.
Formación, acceso a derechos, protección ambiental de los territorios y desarrollo humano sostenible
Fue muy clara para mí la importancia de ganar espacios de participación y desarrollo comunitario después de visitar a los grupos de emprendimiento apoyados por INADES Ruanda, para el acceso a pequeños créditos de desarrollo familiar y de producción agropecuaria.
Los grupos se van compartiendo unos a otros sus buenas prácticas en el análisis y el diagnóstico de necesidades y capacidades de desarrollo, donde cada vez más la protección medioambiental se junta con el acceso y el ejercicio de derechos de las comunidades.
Porque con una tierra deteriorada, con los acuíferos contaminados por la minería ilegal o por el uso de abonos químicos, con una plaga de monoculivos que agotan los ecosistemas, con una gobernanza comunitaria excesivamente burocratizada y alejada de los territorios, no es posible ni proyectar procesos de desarrollo de escala familiar y local ni que sean sostenibles. Esta sabiduría que unos grupos transmiten a otros, valorando mucho los procesos formativos donde encuentran una oportunidad que no tuvieron antes de empezar a ser madres y padres, les permite repensar y diseñar proyectos de vida y de familia con capacidades personales y técnicas fortalecidas, mejorar su situación vital y social.
La mal llamada comunidad internacional y el blindaje de los intereses corporativos transnacionales
Retomo otra vez la pregunta del “qué hay detrás de esta colina” al abordar, en esta parte final de mi compartir, el cruce en mi cabeza y en mi corazón de las sensaciones micro y los contextos macro de la pequeña, muy pequeña, parte del continente que conocí.
Pienso en los intereses de la muy mal llamada comunidad internacional en la región africana de los grandes lagos: los minerales en conflicto y los conflictos generados por los minerales tecnológicos como el coltán, el control de la segunda reserva de agua dulce del planeta, los intereses de la geoestrategia multilateral que en Burundi es controlada sobre todo por China y en Ruanda mayormente por USA, el papel de las fuerzas de mantenimiento de la paz de la ONU y la milicia M23… en un territorio que ya hace más de medio siglo se disputaban EEUU y la URSS en su Guerra Fría, en el que incluso intervino el Che Guevara.
Y en lo micro, en cada recodo de cada camino la gente acarreando café, mandioca, plátanos o carbón sin seguridad de si podrán venderlos o cómo regresarán a la colina por la noche. Hay intereses corporativos blindados y defendidos por mecanismos fuera de la ley… que se contraponen al bien común del que hablan en todo momento en INADES con sus proyectos de vida como herramienta de planificación de familias y comunidades, en los programas de acompañamiento comunitario de SJR o de el de Mujeres en Marcha de Alboan.
No se me olvidará nunca una tarde de encuentro y celebración con decenas de personas en la cooperativa de Kabo, en Nyanza Lac (Burundi). Estábamos hablando de siguientes pasos, de pequeños crecimientos necesarios, cuando un camión de una multinacional agroalimentaria que no cabía en el camino de tierra frente al que estábamos reunidos interrumpió nuestra conversación. Mi compañero Octavio, técnico que acompaña desde hace años el despliegue de esas cooperativas, les pregunta entonces con qué criterios están vendiendo aquello que producen para mejorar la calidad de vida de sus familias y habla de la importancia que la defensa de los territorios tiene en esa ecuación. Ellas y ellos contestan que, si producen más palma, la gran empresa agroalimentaria les asegura la compra de los excedentes de la mejora. Comienza un diálogo denso en el que se contrastan necesidades y proyecciones, en el fondo se habla no tanto del qué sino del para qué de sus esfuerzos cooperativistas. ¿Podemos vender a quién no quiere que produzcamos con criterios de soberanía alimentaria? ¿es compatible nuestro desarrollo con su crecimiento? ¿Podemos dejar nuestra producción en manos de mercados que quieren comprometer el futuro de nuestro territorio? Bueno, pues en esas estamos…