Según la estimación más reciente, en 2020 había en el mundo aproximadamente 281 millones de migrantes internacionales, una cifra equivalente al 3,6% de la población mundial. Este fenómeno de movilidad se da en todo el mundo, ya sea en el interior de las regiones o entre regiones y continentes, ya sea por la búsqueda de nuevos retos profesionales o ya sea a causa de la pobreza, la violencia, los conflictos armados o por los desastres naturales y las múltiples consecuencias del cambio climático.
Este número de personas que migran ha crecido de manera extraordinaria en las últimas décadas, así si hoy son 281 millones en 1990 eran menos de la mitad (128 millones) y tres veces menos que en 1970 (90 millones).
Estas cifras nos invitan y nos obligan a tener una mirada cada vez más abierta a sociedades interculturales que tengan la acogida, la solidaridad y la hospitalidad como valores muy presentes. Sin embargo, la presión en las fronteras, las dificultades administrativas y el aumento de discursos xenófobos o intolerantes, han hecho que cada vez se coloque a la opinión pública ante un fenómeno interpretado en términos de problemáticas y de las dificultades que genera.
La caída del muro de Berlín y el proceso de globalización acentuado a principios de siglo, parecía invitar a sociedades más abiertas y a la consideración de la movilidad no sólo como una alternativa económica sino como un derecho de cara a una mayor realización personal y profesional. No obstante, la tendencia ha sido la contraria, cada vez encontramos mayores obstáculos, más dificultades y una falta de proyectos hospitalarios que bien la podríamos simbolizar en el número de muros que se han construido en las últimas décadas.
Sean naturales como los del Estrecho o sean de cemento, de alambradas o de arena, lo cierto es que a día de hoy existen en el mundo unos 70 muros fronterizos que suman más de 13.000 kilómetros de fronteras parapetadas al paso de personas.
Es en este contexto en el que queremos abordar algunos condicionantes específicos que nos invitan a afrontar las migraciones como un tema de urgencia política y social:
En primer lugar, los conflictos armados y los desastres naturales no dejan de aumentar y según el último informe de Acnur, existen 89,3 millones de personas desplazadas forzosas (53,2 desplazadas internas, 31,5 refugiadas y 4,6 solicitantes de asilo), de las cuales aproximadamente el 70% son mujeres, niñas y niños.
En segundo lugar, según la Organización Internacional para la Migraciones (OIM) y a pesar de la dificultad de conseguir datos fiables, alrededor de 4.700 personas murieron en 2018 escapando y atravesando fronteras internacionales. De ellas, prácticamente la mitad murieron en el Mediterráneo y sus alrededores que, según algunas fuentes, se ha convertido en la frontera más mortífera del mundo.
En tercer lugar, los datos y estudios más recientes nos hablan de un cambio de perfil demográfico de las personas migrantes en los últimos años. Hemos pasado de tener fundamentalmente a hombres jóvenes que viajaban solos a encontrarnos procesos migratorios que incluyen a familias completas, a personas mayores, a madres con niños y niñas o a mujeres embarazadas.
Estos datos nos invitan a tomar decisiones tanto desde el punto de vista de la cooperación internacional y de la implementación de una agenda internacional de desarrollo que combata las situaciones de pobreza, injusticia y desigualdad, como desde el punto de vista de los países de acogida. En este sentido, necesitamos menos muros y medidas urgentes que eviten muertes, que faciliten los procesos de acogida y regulación, especialmente para aquellas personas que vienen huyendo de situaciones de emergencia, e igualmente políticas de acompañamiento y protección que den cuenta de la nueva realidad demográfica de las personas que migran.
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