Es importante que las mujeres ocupemos puestos de responsabilidad para asegurar que nuestra visión se incorpora en todos los espacios de decisión posibles. Sin embargo, nuestra presencia en los consejos de administración de las grandes empresas españolas solo es del 29%, por poner un dato publicado la semana pasada.
En el sector social ocurre lo mismo. A pesar de ser altamente feminizado, cuando analizamos quién ocupa los cargos directivos de los órganos de gobierno, la mayoría son hombres. Y el número crece cuanto más grande es la organización. Con más presupuesto, más decisiones, más responsabilidad, más hombres en puestos directivos. El 80% de las personas empleadas en este sector son mujeres, pero representan el 49% de las juntas directivas y los patronatos y solo el 37% son directoras de organizaciones que gestionan más de 5 millones de euros anuales.
Hay mujeres, ¡por supuesto!, con las capacidades para ocupar estas posiciones, pero no siempre conseguimos que el talento femenino llegue a estos espacios de dirección y responsabilidad. Somos parte de un sistema que no favorece la diversidad y la inclusión y que asocia determinadas características de liderazgo a los hombres. Un sistema que no ha generado las oportunidades para demostrarnos que otro tipo de liderazgo es posible. Tampoco hemos acompañado a muchas mujeres en su desarrollo o hecho la apuesta necesaria, medidas de conciliación, flexibilidad… para que puedan optar y ser candidatas a una posición de dirección. Además, necesitamos el compromiso de los hombres para compartir y ceder esos espacios que ellos ocupan mayoritariamente.
Las personas que trabajamos en el sector social debemos incentivar la representación equitativa de las mujeres en los puestos de dirección. Es una responsabilidad con respecto a la sociedad de la que formamos parte, pero también hacia las personas con y para las que trabajamos (las mujeres siguen siendo las más pobres y vulnerables) y con las que nos apoyan (el 50% de las donantes son mujeres, cifra que se dispara si incluimos aquellas que hacen voluntariado).
Pero la representación no es el único reto de nuestras organizaciones y, es más, hay que celebrar y reconocer avances significativos en este aspecto en los últimos años. Lo más difícil y complejo es reconocer la influencia del sistema patriarcal en nuestras entidades, que no ha favorecido la diversidad y la inclusión. Un sistema que, en cambio, ha beneficiado una determinada forma de actuar, de ejercer el poder que se plasma en tareas cotidianas como la forma de tomar las decisiones, de dirigir reuniones, de relacionarse, de generar conversaciones, de repartir y asumir responsabilidades. Reconocer patrones de este tipo en organizaciones de ámbito social duele o se ignora, pero si no somos capaces de reconocerlo, no hay cambio posible.
Nos podemos encontrar con mujeres que han llegado a puestos de responsabilidad a fuerza de adoptar los patrones que se esperan de ellas, pero entonces, a diferencia de ellos, tienen mayor riesgo de ser juzgadas, aunque ejerzan liderazgos tradicionales similares a sus colegas varones.
Y si, por el contrario, impulsan un estilo de liderazgo basado en el cuidado, en las personas y en el bienestar, que prioriza la escucha y la inclusión, sobrevuela siempre la duda de si son capaces de tomar decisiones difíciles y llevar al éxito a su organización en momentos de crisis.
Estamos hablando de un cambio cultural que lleva mucho tiempo y hay que abordar desde muchos frentes. Como directora de Educo, ONG especializada en educación y infancia, no puedo dejar de insistir que la educación es clave en este proceso de transformación. Porque los machismos pueden curarse con educación y el conocimiento acaba con comportamientos y actitudes que no solo dañan a las mujeres sino también a los hombres. Solamente cuando hombres y mujeres comprendamos que las actitudes y prácticas machistas no son naturales, cuando aprendamos que el patriarcado es un sistema injusto que oprime a las mujeres para perpetuarse y perpetuar los privilegios de algunos, solo entonces podremos empezar a crear un sistema más justo.
Las organizaciones que trabajamos por la transformación social hemos aprendido mucho de nuestra experiencia para generar cambios. Sabemos que estos empiezan en cambios personales. Y en ello nos encontramos, intentando transformar nuestras organizaciones para no solo luchar contra el suelo pegajoso y romper techos de cristal sino para generar espacios inspiradores de un nuevo sistema.
Son muchas las palancas de cambio que necesitamos, desde diversos frentes y con diferentes impactos, pero todas irán sumando. Necesitamos políticas de género, planes de igualdad, criterios de contratación sensibles al género, analizar la situación de las mujeres en las organizaciones, cruzarlo con otras diversidades, ver la brecha salarial, las medidas de conciliación y corresponsabilidad… Todas estas acciones nos ayudarán a generar conversaciones cruciales y a asumir compromisos conscientes.
Nos harán cuestionarnos, nos dolerán y nos confrontarán con otras personas y con nosotras mismas, pero nos llevarán a la transformación que necesitamos como sector para caminar hacia un mundo más igualitario, que recoja y escuche todas las voces.
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