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Películas para sobrellevar el Coronavirus (I)

Tiempo de lectura: 5 minutos
Ilustración de Javirroyo
Ilustración de Javirroyo

Nos ha tocado sufrir una pandemia sin igual que nos ha puesto nuestra confortable vida patas arriba. Confinados en nuestras casas, nuestro frenesí se ha golpeado violentamente contra un muro invisible que nos detiene y aisla. Así llevamos varias semanas, y nadie sabe lo que nos queda. Hartos de noticias calamitosas, de agoreros y apocalípticos, propongo echar estos días una mirada distendida y divertida a un cine clásico que trae optimismo y sonrisas. Como siempre, selección totalmente subjetiva.

Propongo para este mes de salón familiar un puñado de obras clásicas, que seguro nos arrancan más de una sonrisa y harán olvidarnos del maldito virus. Para el próximo mes, si seguimos en “arresto domiciliario”,  otra sesión de pelis divertidas  más modernas.

Una noche en la ópera (San Wood, 1935)

Los hermanos Marx en estado de gracia. Podíamos haber elegido Sopa de ganso, cualquiera de las dos es buenísima y memorable en sus diálogos, pero me quedo con Una noche en la ópera por su humor iconoclasta contra uno de los mitos culturales, además de tener las dos secuencias más recordadas de los geniales hermanos: el camarote repleto y el contrato cercenado por las partes contratantes.

Ser o no ser (Ernst Lubitsch, 1942)

Quizá la madre de todas las comedias, siento una predilección casi obsesiva por esta película. Mil veces vista y siempre sorprendente y divertida. En la Varsovia ocupada por los nazis, una compañía de actores que están interpretando a Hamlet se ve inmersa en una operación de la resistencia polaca, infiltrándose en el cuartel general de los alemanes. Elegante, con un ritmo endiablado y un humor tan inteligente como acido. ¡Enorme!

Arsénico por compasión (Fran Capra, 1944)

Comedia absolutamente delirante, con un Gary Grant sobreactuado e hiperactivo frente a la cámara, en contraste con sus dos caritativas y criminales tías. La locura y el humor negro van subiendo peldaños según se desarrolla la obra, hasta llegar a un frenesí sin control, donde lo absurdo se impone como lo más natural y razonable. El argumento es en sí mismo un sindios. Inenarrable.

Un, dos, tres (Willy Wilder, 1961)

El maestro de la comedia nos regala su obra más divertida, sin renegar de esa mala leche que le permite criticar con igual descaro al comunismo y al capitalismo. Un ejecutivo de un refresco americano, en Berlín,  quiere introducir la bebida en el mundo comunista como lanza del capitalismo. Sin embargo, su jefe le encarga que controle a su hija, una alocada joven que se enamora de un comunista que vive en la Alemania Oriental.  Cualquier película de Wilder merece la pena, pero además no se pierdan Con faldas y a lo loco (1959), con un magistral trio de protagonistas y una mítica escena final.

El guateque (Blake Edwards, 1968)

Seguramente la película con la que más me he reído en mi vida. El maravilloso Peter Sellers convertido en un patán desde la primera escena en la que se resiste a morir durante un rodaje. Después, es invitado por error a un fiesta en la que va liándolo todo a cada paso que da.

A pesar de los años, la película conserva la frescura en la mayoría de sus gags. ¿Quién no ha soñado alguna vez estar en una alocada fiesta cómo esa y terminar en una piscina rebosante de espuma?

La vida de Brian (Terry Jones,  1979)

Más de cuarenta años desde su estreno la convierten en un clásico. La irreverente, gamberra y desopilante obra maestra de los Monty Phyton, parodia la vida de Cristo con un tipo que nace en el lugar y en la época equivocada, llamado Brian.  Desde su estreno, sabemos que el humor gamberro puede ser inteligente, crítico y muy divertido, sin faltar al respeto. Todos nos hemos reído con la lapidación, con la clase de latín nocturna o con el interrogatorio del desternillante gobernador y el recuerdo de su amigo Pijus Magníficus.

Y destaquemos alguna española:

Atraco a las tres (José Mª Forqué, 1962)

Entrañable película en la que siempre termino enternecido por ese grupo de ladrones sobrevenidos, que sin profesionalidad alguna, pretenden atracar una sucursal bancaria. Una obra mordaz, que supo engañar a la censura con su humor negro y final edulcorado, pero que contiene una importante crítica social. Impagable José Luis López Vázquez como Galindo, el jefe de la banda, enamorado de la vedette, Katia. “Fernando Galindo, un admirador, un amigo, un esclavo, un siervo”.

El verdugo (Luis Garcia Berlanga, 1963)

Seguramente una de las mejores películas de nuestro cine, esta tragicomedia es un alegato contra la pena de muerte y una ácida crítica al franquismo y a la sociedad de la época. Pepe Isbert está soberbio, sus conversaciones son vitriólicas y desternillantes, el desapego con el que habla de su trabajo y la muerte es una lograda mezcla de humor negrísimo e inteligencia práctica y cínica. Deja un poso agridulce.

El astronauta (Javier Aguirre, 1970)

Reconozco mi debilidad por esta película, imperfecta,  con un humor que a veces no llega a todos, pero que yo siempre veo con ternura y carcajada. En un bar de Minglanilla, un grupo de amigos con muy diversos oficios se conjuran para enviar un hombre a la luna, guiados por un viejo profesor de astrofísica que dice haber trabajado en la Nasa. Una producción cutre, unos diálogos delirantes, y una puesta en escena que mezcla el surrealismo y el costumbrismo español más castizo. Para que lo entiendan, Tony Leblanc aterriza en la luna con botijo en mano.

 


Chema González Ochoa es historiador, periodista y cinéfilo. Trabaja como director de programas en la Fundación SM

 

 

 

 

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