El Encuentro Anual ha sido, sin duda, uno de los hitos del 2022.
Hemos tenido el privilegio de escuchar el testimonio de personas que viven en sus propias carnes la realidad de la migración forzosa, personas que se han visto obligadas en algún momento de su vida a dejar sus casas, sus familias, sus países, para huir hacia lo desconocido, hacia un supuesto futuro de paz y prosperidad.
También hemos podido conocer de primera mano la experiencia de personas que cada día dedican su vida a la misión de acompañar, servir y defender los derechos de las personas migrantes y refugiadas.
Nos hemos acercados a historias de vida reales, cada una con un nombre propio, un rostro, una voz. Historias marcadas por la violencia, por la discriminación, por el miedo, pero al mismo tiempo historias de lucha, de reivindicación y de esperanza.
Historias vividas en países, idiomas y culturas diferentes, pero con un mensaje común alto y claro: “quitar la voz” a un ser humano significa privarle de su dignidad. No escuchar a una persona migrante o refugiada significa no sólo renunciar a conocerla, sino también a reconocerla.
Estamos hablando de seres humanos que sufren traumas de todo tipo: físicos, emocionales, psicológicos, afectivos… Seres humanos que por supuesto necesitan satisfacer sus necesidades básicas urgentes: comer, beber, un médico, un techo… pero sobre todo buscan realizar un sueño, tener una oportunidad para un futuro mejor para sí mismas y para sus personas queridas, tal y como desea cualquiera de nosotros/as.
Y lo primero que necesitan es contar su historia, sus problemas, sus necesidades, incluso sus sueños.
En el Encuentro Anual también estuvo Alvar, compañero Jesuita que conocí en Sudan del Sur hace unos años. En aquel momento él trabajaba en Maban como responsable de educación de JRS. Un día durante aquella visita fuimos a visitar algunas familias refugiadas en el campo de Doro. Entre las personas que visitamos había una señora mayor, que vivía en un terreno de unos pocos metros cuadrados. Su habitación era una lona de plástico sostenida por cuatro palos, su cocina un circulo de piedras con algo de carbón en el centro.
En un primer momento la mujer estaba muy seria y distante, probablemente debido a mi presencia… ¿Qué hacia allí ese extranjero, ese “blanquito” que venía desde lejos? Pero poco a poco gracias a los compañeros de JRS la conversación fue fluyendo, y después de invitarnos a un té, llegamos incluso a echarnos unas risas sacando algunas fotos.
Al final, justo al despedirnos, la mujer me miró a los ojos y dijo: “Gracias por venir! Si vienes hasta aquí desde tan lejos, es porque a alguien le importa mi vida, y esto significa que yo existo”.
Aquel día, aquella mujer me abrió los ojos sobre el significado profundo de la palabra Acompañamiento, y también sobre ese mensaje tan importante de los testimonios del Encuentro Anual: escuchar la voz de una persona es el primer paso para devolver dignidad a su vida.