Acabamos de publicar el libro “El día del padre” (San Pablo, 2019) porque creemos que ser un buen padre es una de las cosas más importantes que podemos hacer para cambiar el mundo. Ya es hora y día de que nos activemos plenamente como padres. Cada vez la sociedad nos lo pide más. Es el día del padre y nos toca movilizarnos para impulsar un modelo de paternidad que impulse un mundo equitativo, pacífico y cuidador.
La paternidad se encuentra en una encrucijada. Por un lado, queremos comprometernos más con nuestros hijos en igualdad y cooperación con nuestra pareja. Queremos estar plenamente presentes, ser más tiernos, comunicativos o dedicarnos más a los cuidados directos. Es decir, hacer aquello para lo que estamos naturalmente programados. El cuerpo del hombre cambia cuando se hace padre, no solo se transforma el de la madre. El sistema hormonal masculino se altera sustancialmente y varías los niveles de testosterona, oxitocina, vasopresina o prolactina. Todos esos cambios suceden desde que se originó el ser humano y su fin es hacer al padre más cercano, protector, tierno, lúdico, empático o resistente al estrés. Como dice el antropólogo Ritxar Bacete (2017), los hombres estamos programados para el bien.
Pero por otro lado, hay otra tendencia contraria de padres que abandonan el hogar y se desvinculan de su pareja e hijos. Esta deserción paterna se produce porque el papel del padre ha perdido su significado específico y porque la propia idea de masculinidad está en suspensión y llena de incertidumbres. También porque se desarrolla una idea utilitaria e individualista de masculinidad que hace al hombre inmaduro para asumir su experiencia y responsabilidad paterna. Este abandono paterno se extiende progresivamente, especialmente entre los sectores socialmente más vulnerables.
Hemos de reconocer que algunos de los problemas más graves que tenemos en nuestras escuelas y comunidades se deben a una cultura masculina a veces dominante y violenta, otras veces ausente y pasiva. Eso lastra a las familias, ata a las mujeres, no da soporte al desarrollo pleno de las hijas y genera modelos disfuncionales para los chicos. El modelo tóxico de masculinidad es una pieza central de la máquina de la violencia y el utilitarismo. Necesitamos desprogramarla y recuperar la verdadera naturaleza del ser hombre y padre.
Quizás nos faltan referencias públicas que cultiven una cultura de la paternidad positiva. En una encuesta realizada en el marco del Informe Familia, un 85% de los entrevistados no podía referir ni una sola figura que fuera ejemplo público de paternidad. Aunque ser padre es una experiencia a la que casi todos estamos expuestos como hijos de nuestro propio padre o por serlo nosotros, parece necesario profundizar en su significado.
Aunque nos parece que antes de final del siglo XX, la paternidad siempre fue distante y autoritaria, eso no es así. Antes de 1830 los padres varones estaban más presentes en el hogar, eran mucho más sentimentales, comunicativos y cooperativos con los hijos y, además, estaban más comprometidos en su educación. La revolución industrial a partir de 1830 secuestró al padre del hogar y le internó en larguísima jornadas en las fábricas. Además de dedicar al hombre totalmente a la producción, trató de que la mujer estuviera dedicada plenamente a la reproducción y se consagró la imagen de la mujer dedicada exclusivamente a la casa y los hijos.
El padre se convirtió en un ser ausente que no tenía nada que hacer en casa sino que su papel era ganar el dinero y relacionar a la familia con la vida pública. Claudia Nelson (1995) dice que los padres se hicieron hombres invisibles y que la profusión en el siglo XIX de historias sobre fantasmas domésticos tiene que ver con esa presencia ausente cuando estaban en casa o desaparición absoluta por la prioridad de su vida exterior.
La ideología de las dos esferas –de la que habla Scott Coltrane (1996)- permaneció hasta que el feminismo puso la igualdad de género en la agenda pública y todavía estamos inmersos en el curso de esa transformación. Desde la década de 1970 se está produciendo una revolución de la paternidad a la que se van incorporando progresivamente millones de hombres.
La sociedad se acostumbró a que se escribiera una historia en la que parecía que las mujeres no habían tenido ningún papel. Gracias al esfuerzo del feminismo, se está haciendo justicia y haciendo visible la descomunal contribución de las mujeres en todas las áreas de la vida a lo largo de la historia. Quizás ocurre algo similar con la paternidad: ha sido escrita de modo que parece que no existieran padres equitativos, tiernos, comunicativos, cuidadores, empoderadores de sus hijos. Quizás la historia de la paternidad necesita ser reescrita. Mirar a la historia es mirar nuestra propia historia familiar y personal de paternidades.
En nuestras escuelas, nuestras aldeas, barrios y comunidades necesitamos crear esa revolución del padre. Es preciso emprender procesos específicos que activen a los padres de su letargo, que reflexionen y comprendan el papel singular que les toca jugar, que aprendan a relacionarse de una nueva forma más auténtica con su propio cuerpo y con las mujeres. La cultura sexual y de género dominante, predatoria, explotacionista destruye a las mujeres y a los propios hombres. No da poder a los hombres sino que pone de manifiesto la impotencia del malquerer y el desamor. El poder autoritario es signo de impotencia, no hace que pasen cosas sino, por el contrario, crea un vacío de amor y hace que desaparezcan las cosas. Una cultura paterna positiva hace que pasen cosas, se crean, mueven, construyen cosas.
Quizás la Fundación Entreculturas y la red educativa de Fe y Alegría se encuentra en óptimas condiciones para crear una herramienta transformadora que permita esas conversiones a la paternidad natural, la que se compromete, cuida y ama. Sería necesario construir un programa innovador capaz de generar ese cambio en nuestras comunidades vecinales y escolares.
Nos encontramos, por tanto, en una encrucijada entre el compromiso y la deserción del padre, y para resolverla es crucial que los hombres y también las mujeres nos unamos a la revolución del padre.
Para comenzar, os proponemos los dos libros donde hemos desarrollado todo esto: “La revolución del padre” (Mensajero, 2018) y “El día del padre” (San Pablo, 2019). Han sido escritos para vosotros y vosotras. Gracias por uniros a la revolución del padre.
Fernando Vidal es profesor de Sociología y Trabajo Social en la Universidad Pontificia Comillas donde dirige el Instituto Universitario de la Familia. Miembro de la CVX (Comunidad de Vida Cristiana), está casado y tiene dos hijos.