En estos días de vuelta a la oficina,a la rutina y a punto de cumplir 12 años en Entreculturas, se me regala por aquello del trabajo en equipo, ayudar con algunas pequeñas tareas para la preparación del Congreso de Fe y Alegría que tendrá lugar en Madrid a finales de septiembre.
Este hito a veces tan lejano para los trabajadores de base de las oficinas, delegaciones, escuelas y otros centros de Fe y Alegría que son los Congresos, esta vez se va a celebrar en “casa”, y por fin, tendremos muchos de nosotros la oportunidad de participar.
Para realizar la tarea que se me encomienda me sumerjo con enorme respeto y el corazón despierto a releer algunos libros de la historia e identidad de Fe y Alegría. Y sin darme cuenta me veo ilusionada, emocionada al comprobar que este volver a las raíces me permite conectar intuiciones del pasado con tareas del presente que dan enorme sentido a mi trabajo de hoy.
Y así descubro que la pasión y la intuición fundacional del jesuita José María Vélaz se fundamentaba en su optimismo antropológico de que “todos tenemos más de bueno que de malo”, de que “todos somos convocables si nos presentan una bandera que valga la pena”.
Este todos y esta bandera me hace pensar en este intento nuestro por convocar a más gente, por ofrecerles una causa que le levante del sillón y de la desesperanza, que se enreden en causas en pro de la justicia, que se indignen ante la injusticia y el dolor y la canalicen hacia lugares de propuesta, de acción y de hondura.
Y así sigo en mi lectura, y me sumerjo en el fruto enorme que tienen los actos de generosidad. Una pareja, Abraham y Patricia con 8 hijos viviendo en los suburbios de Caracas, un lugar lleno de personas sin estudios pero de enorme sentido comunitario y de fe deciden que una de las plantas de la casa que construyeron con sus propias manos fuera cedida para convertirla en la primera escuela de Fe y Alegría.
Donaron su casa, su espacio, su esfuerzo para cumplir un sueño que hoy llega a más de un millón de alumnos y alumnas en tres continentes. Y sin querer queriendo pienso en esta Europa cada vez más egoísta donde nos llaman continuamente a salvar lo nuestro, donde nos enseñan a desconfiar y donde se nos invita a cerrar fronteras y a soñar con el éxito individual.
Y en este donar me encuentro con el reflejo de las caras del grupo de jóvenes universitarios de la Universidad Católica de Venezuela que acompañaba a Vélaz en sus visitas a los suburbios de Caracas y cuyos rostros ayudaron a poner nombre a este movimiento. Alguien dijo de ellos que subían con fe y bajaban con alegría, no tanto por lo que veían sino porque imagino que en el encuentro con la gente de esos barrios, tan lejanos de “su mundo”, encontraron sentido y seguro les fue transformando.
Esos encuentros transformadores son lo que desde Entreculturas intentamos promover hoy, en nuestro voluntariado, en la red de jóvenes, en entreEscuelas, con las personas que nos visitan desde otras realidades y nos regalan historias, conversaciones.
Y así sigo leyendo, y por no alargarme más les cuento que en estas cartas del Masparro que son el testamento de Vélaz para Fe y Alegría se nos invitaba ya no solo a cuidar de esta nuestra Tierra, sino a estar en contacto con ella, subiendo montañas, trabajando la madera y la tierra, sintiéndola.
Rescato al Vélaz soñador incansable, que desde los inicios imaginó derribar fronteras, con una ciudadanía activa, crítica. Con un Vélaz que sabía que Fe y Alegría es trabajo en red, colaboración, como la de dos religiosas Lauras que para coordinar uno de los primeros colegios se fueron a vivir en unas condiciones pésimas a los suburbios de Caracas.
El trabajo en colaboración con otros, el trabajo en red, eso que hoy llamamos networking, era y es es parte de nuestra identidad desde los inicios. Una identidad a la que hay que volver para no perder el sentido, y a la misma vez una identidad que se renueva en las nuevas fronteras.
Y pensando a Vélaz desde el Masparro, me hago cargo de la importancia de volver a los lugares que nos inspiran para nutrirnos de la raíces, para seguir soñando, dejando morir lo que ya no ayuda, creando, ilusionándonos y cogiendo fuerzas para ser valientes.
Es desde este estar conectada con las raíces de nuestro movimiento que me doy cuenta que hay tres elementos que atraviesan todas las historias y hechos releídos estos días. La pasión por la justicia, la intrepidez y la generosidad, y es así que tras 12 años remando me digo que ojalá el próximo Congreso sea Masparro para muchos de nosotros y de nosotras.
Ana Vázquez Ponzone es responsable de la Escuela Online y asume labores de coordinación de voluntariado internacional en Entreculturas @avponzone
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