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Experiencia Sur: Encuentros que transforman la vida

Tiempo de lectura: 10 minutos
Imagen de Beatriz, tomada en Totonicapán, Guatemala.

Totonicapán en Guatemala, Asunción en Paraguay, Lima en Perú, Sonsonate y Ahuachapán en El Salvador y sobre todo sus gentes, sus ángeles, han sido esos lugares de acogida, hospitalidad, comunidad, dignidad, verdad, humanidad de las personas que han ido este verano de voluntariado internacional. Sus paisajes han sido motivo de contemplación y de conexión profunda con la tierra, de dónde brota el deseo profundo de cuidar esta casa común. 

Elkar-Topatzen y Experiencia Sur son experiencias de voluntariado internacional de corta duración que Alboan y Entreculturas impulsamos y acompañamos respectivamente. A través de ellas queremos facilitar ese encuentro con la realidad que alcanza a transformar la mirada, el compromiso por la justicia y la vida. Con un tiempo de formación previa para profundizar las propias motivaciones, la disposición personal de cara a este encuentro, y para conocer un poquito más las dinámicas de este mundo nuestro que dejan en los márgenes de los caminos a tantas personas, se llega a esa experiencia en alguno de los lugares y con los equipos con los que trabajamos más allá de nuestras fronteras. 

Inmaculada, Jon, Belén y Beatriz  nos ofrecen, con sus palabras, relatos de sus experiencias que poco a poco van elaborando en este tiempo de regreso.

Inmaculada en Asunción, Paraguay

Inmaculada en Asunción, Paraguay

Inmaculada Llorente Ortiz, maestra de Educación Primaria en el colegio de los jesuitas de Villafranca de los Barros (Extremadura). Madre de familia. Este verano en Asunción, Paraguay. 

Este verano pude hacer realidad mi sueño aparcado de hacer voluntariado saliendo de mi zona de confort y aprender a ver y valorar la vida desde otras miradas. Gracias a Experiencia Sur compartí un mes con la comunidad educativa de la Escuela y Colegio San Cayetano de Fe y Alegría en Asunción, Paraguay. La escuela se ubica en el Bañado Sur, una zona inundable de la ciudad, próxima al vertedero municipal de Cateura donde muchas familias del colegio trabajan como recicladoras.

Como maestra que soy me sentía como pez en el agua al moverme dentro de mi hábitat. Sin embargo, pronto me di cuenta de los inconvenientes que esto tenía en esta nueva concepción de la escuela que se estaba presentando ante mí: otra función, otras vocaciones, otros ritmos, otros recursos, otras metas, otra organización, otros espacios, otros ojos. Los esquemas que tenía preconcebidos en torno a la educación se tambalearon desde sus cimientos. Comprendí que nuestros esquemas mentales, que tendemos a generalizar, dependen y se aprenden en un contexto determinado y que no son tan fácilmente extrapolables como pensamos.

En la escuela no podemos considerar el acceso a la educación como objetivo conseguido cuando quienes tienen necesidades especiales no pueden ser atendidos como necesitan para desarrollarse igual que los demás. Contemplar esta realidad te sacude, te revuelve y te cuestiona. Ampliando el foco te das cuenta de que las personas más vulneradas de entre las vulneradas no las hay sólo en la escuela. Las hay en la cárcel, en la guerra, en las epidemias, entre las personas mayores, entre las personas migrantes… Tomar conciencia de que existen y están ahí es el primer paso para dignificar y mejorar su vida. 

Desde que tomé la decisión de participar en Experiencia Sur hasta hoy, una amplia gama de emociones y sentimientos me acompaña y hasta me desborda, pero destaco entre todas ellas el agradecimiento: a Entreculturas, a Fe y Alegría, a mi familia, a tantas vidas que me han dejado asomarme y contemplarlas, y a mis compañeros en el camino Adrián, Alba y Roger. 

Al final, después de recoger todo lo recibido, te das cuenta de que el destino que te tocó no fue lo más importante, a pesar de todas las historias vividas y compartidas. Lo verdaderamente importante es lo que te ha removido y nacido por dentro y lo que está por venir.

Jon, en El Salvador

Jon, en El Salvador

Jon Hermosa García, ingeniero de diseño industrial y monitor voluntario de Indautxuko Eskautak, grupo scout jesuita en Bilbao. Este verano en El Salvador.

Elkar-Topatzen es, como bien indica su nombre en euskera, una experiencia de encuentro. Este año, ese encuentro nos llevó hasta El Salvador, conocido como el Pulgarcito de América: el país más pequeño en extensión del continente, pero el más densamente poblado. Un territorio con una historia marcada por la violencia y la desigualdad, y con una realidad actual compleja y llena de contrastes.

Explicar lo que hemos hecho allí es, a la vez, fácil y difícil. La respuesta más sencilla sería decir que durante un mes compartimos el día a día con familias de la región rural de Sonsonate y Ahuachapán, regiones que se encuentran al oeste del país. Nos dividimos en pequeños grupos de dos o tres personas y nos integramos en sus hogares, compartiendo espacios, comidas y conversaciones. Desde dentro, pudimos conocer y aprender de las rutinas que sostienen su vida cotidiana.

Uno de los aspectos más enriquecedores fue acompañar a mujeres que forman parte de los llamados “grupos de ahorro”: redes comunitarias que promueven la educación financiera y fomentan la importancia del ahorro entre personas jóvenes y adultas. Estas agrupaciones, que se reúnen cada quince días, no solo buscan impulsar la inversión en pequeños negocios -como panaderías, granjas de pollos, venta de comida típica, talleres de costura o tiendas locales-, sino que también fortalecen el apoyo mutuo entre comunidades.

La realidad que encontramos en El Salvador es dura, pero también profundamente bonita. Una naturaleza exuberante que enseña a vivir en equilibrio, a respetar los ritmos que marca la tierra. Las familias con las que convivimos poseen un conocimiento experto del cultivo, fruto de generaciones de observación y adaptación. Aprendimos que la conexión con la naturaleza no es una cuestión extractiva, sino una práctica del cuidado diaria que define la vida.

Esta experiencia nos abrió a una realidad que desconocíamos, mirarla de frente y comprenderla desde dentro. Más que un voluntariado, lo vivido fue un intercambio entre iguales: compartir la vida, los sueños y las esperanzas de comunidades que luchan por mejorar sus barrios y colonias. Para que así las nuevas generaciones tengan oportunidades y condiciones dignas. Hemos puesto rostro a la pobreza, pero también al compromiso, la resiliencia y la esperanza.

El Salvador nos deja una lección profunda: la transformación comienza en los actos pequeños, en la organización comunitaria, en la fuerza colectiva que se niega a rendirse. Y nosotros, al volver, nos llevamos la responsabilidad de seguir construyendo puentes y de mantener viva la conciencia de que otro mundo es posible.

Belén Nadal en Lima, Perú

Belén Nadal, en Lima Perú

Belén Nadal Cabrero, técnica de Relaciones Institucionales en Entreculturas (recién jubilada). Abuela. Este verano en Lima, Perú.

Desde hace muchos años he querido participar en el programa Experiencia Sur para conocer en terreno el trabajo que realizan las contrapartes de Entreculturas. Han sido años de espera buscando el momento apropiado que no acababa de encontrar por diversos motivos siempre de índole familiar: cuidado de hijos pequeños, padres mayores, etc, pero sin perder la esperanza en que el momento llegaría y, efectivamente, llegó, en mi último año de trabajo en Entreculturas antes de mi jubilación (…).

Desde que me confirmaron que mi solicitud había sido aceptada, he disfrutado de momentos de preparación, de formación, de imaginar posibles destinos y compañeros y compañeras de experiencia, todo vivido con mucha ilusión. Hasta que en una convivencia de fin de semana en mayo en Galapagar junto a las otras 6 personas del grupo, me desvelaron mi destino: Lima, para trabajar en Encuentros SJM – Perú, y con Isabel.

La idea me pareció apasionante. Encuentros SJM lo conocía de oídas, Perú lo visité hace muchos años invitada por Fe y Alegría y con Isabel solo había coincidido en las formaciones: la aventura comenzaba….

A mediados de junio partí para mi destino con ilusión, con ganas y también con alguna intriga de cómo se iba a desarrollar esta experiencia. Perú nos recibió con un fuerte temblor de tierra, pero por suerte este fue el único susto que sufrí en toda la experiencia, y no demasiado grande, pues cuando me quise dar cuenta ya había pasado.

Encuentros SJM nos recibió con los brazos abiertos, pues era mucho el trabajo a realizar con la población llegada a Lima desde otros países. En la ciudad hay 1.100.000 venezolanos y venezolanas que han huido de su país buscando un futuro mejor, viven en situación de extrema pobreza y por ello en situación de mucha vulnerabilidad. Es admirable la acogida que se les ofrece, el cariño con el que se les informa sobre sus derechos, las posibilidades que tienen (que no son demasiadas, pero son muy necesarias). La mayoría de estas personas migrantes han entrado en el país sin nada, pues lo poco que traían se lo han robado por el camino. En los distintos centros de atención, recibíamos a estas personas, registrándolas y, dependiendo de su situación, pasaban a ser atendidas por los compañeros en los distintas áreas.

Mi primer aprendizaje en esta experiencia ha llegado de mis compañeros y compañeras de Encuentros SJM: aprender a acoger, con cariño, con sencillez, desde la igualdad, dando esperanza pero dentro de la realidad. Gracias a todo el equipo porque van a ser un referente para mi.

Las condiciones en las que llegan estas personas son de extrema necesidad, de mucho sufrimiento, soledad, rechazo, incomprensión, desconocimiento. Sin embargo, en todas ellas había un afán de lucha, de superación que era realmente lo que las había llevado a salir de su país buscando un futuro para ellas y para sus hijos: vidas difíciles pero en camino de superación.

El segundo aprendizaje me llegó de todas ellas: su ánimo para luchar, por sacar fuerza cuando parece que todo está en su contra, por no dejarse llevar, por no tirar la toalla. Gracias Dylan, gracias Roxana, gracias Gisela, gracias a todas por haber compartido vuestras historias conmigo. Siempre os llevaré presente en mi corazón.

Durante el mes de la experiencia, fuimos pasando por las distintas áreas de la organización, conociendo el trabajo que cada una de ellas desarrolla. Dependiendo de las actividades organizadas cada día, nuestro destino para ese día era distinto, cubriendo unas necesidades concretas. Los días eran muy variados, siendo en unos casos muy movidos y otros más tranquilos.

De la distinta actividad me llegó el tercer aprendizaje: la importancia de “estar” y no solo de “hacer”.

Me considero una persona muy movida, que si no estoy “haciendo”, tengo la sensación de no estar siendo útil. A lo largo de este mes, ha habido muchos momentos en los que simplemente se me pedía “estar”, estar disponible, estar presente, estar preparada… aunque al principio me costó aceptar esta actitud ya que yo prefería “hacer”, moverme, actuar, he aprendido la importancia de saber “estar”: observas, te metes en la piel de las personas, simpatizas, y sobre todo, te das cuenta de cosas que de otra forma pasarías por alto.

A tantas otras personas que han hecho posible que pudiera vivir esta experiencia: GRACIAS.

Beatriz, en Totonicapán, Guatemala

Beatriz, en Totonicapán, Guatemala

Beatriz Llorente, voluntaria en la delegación de Entreculturas en Burgos. Madre de familia. Este verano en Totonicapán, Guatemala.

Durante mi estancia residí en Santa Lucía, y desde allí se nos asignaban las diferentes tareas a realizar y/o apoyar según nuestras capacidades, en los distintos centros y escuelas de Fe y Alegría en esta zona de Guatemala, donde se promueve una educación popular e integral para comunidades y sectores empobrecidos. La mayoría de estos colegios son de construcción con bloque de cemento y techos de chapa, pero con deficiencias a veces de mantenimiento debido al precario sistema de abastecimiento de agua. Son colegios que visibilizan esa “alegría” inserta en su nombre, pintados con colores alegres, llamativos y decorados con bonitos mensajes en línea con la solidaridad: respeto, participación, compartir, libertad, esfuerzo, fraternidad, igualdad, compromiso…

Nosotras veíamos a esos niños y niñas que a diario hacen el camino al colegio a pie por orillas de carreteras sin asfaltar, a veces cercanos a barrancos y andando los kilómetros de distancia desde donde residen, llevando trozos de madera para que las madres que ayudan en el colegio puedan preparar la “refacción” en las cocinas de leña: un guiso, de pasta de verdura, arroz con carne molida, acompañada de un caldo de arroz o maíz y un trozo de fruta, que era la “única comida” del día para la mayoría de los niños y niñas. Nunca sobraba nada y nadie se quejaba de lo que comían.

Allí a todos se les trataba con gran cariño, cercanía y dedicación. Para Fe y Alegría, es primordial el bienestar emocional de los niños y niñas, que se sientan bien, acogidos, apreciados y valorados con alta estima, sin ninguna distinción entre ellos. No cabe duda de que los profesores son conocedores de estas realidades, pues algunos de ellos en su infancia, pasaron por estas mismas circunstancias. El nivel formativo de los docentes son claramente mejorables. Fe y Alegría les ofrece formaciones complementarias de cara a aumentar la calidad de la que quiere dotar a la educación.

En las aulas a veces cursaban hasta tres niveles juntos, y en algunos colegios daban clases de computación, una formación muy básica de informática. Los colegios no tienen servicio de limpieza, por lo que son las madres de los alumnos, profesores y, a veces, hasta los mismos alumnos quienes la realizan. El material escolar que utilizan es muy básico y, en muchos casos, envejecido o deteriorado. Los alumnos pequeños disfrutan con lo que tienen y de poder ir cada día al colegio, lo cual les hace felices. Los días de mercado, lo normal es que faltaran al colegio bastantes alumnos, pues son demandados por sus padres para ayudarles en los puestos de venta.

Me sorprendió la alegría y espontaneidad de estos niños y niñas que no se cansaban de hacernos preguntas. Querían saber cómo era la realidad en España 

Y así, acompañando, ayudando, haciéndome cercana a todo y a todos, fue como fueron pasando los días de esta bonita experiencia de verano, en la que pude comprobar esta realidad tan distinta de la de España, pero tan llena de vida y esperanza… A veces, como que me daba cierta envidia ver esa alegría que brota espontánea en todos esos niños y niñas, como en los profesores, y que me hicieron muy feliz… así que me quedo con todo lo bueno que he vivido y me ha “marcado” de esta realidad y experiencia vivida y que, sin ninguna duda, está dando un nuevo sentido a mi vida.

Y ahora, ¿qué hago yo aquí? Quizá lo mismo, pero diferente; quizá con más pasión y más esperanza;… seguro con el corazón más grande para mirar, comprender, amar y comprometerse con la realidad. Contagiar, ser altavoces, reconocer el propio privilegio, hacer presente aquí la realidad de allá, comprometerse con pequeños actos en el día a día que van calando, que van sumando y haciendo marea, ahondar el proyecto de vida, el compromiso. Dejar crecer lo que allí se nos ha sembrado… Y es que «ahora los informes se leen de otra manera», y las noticias y los telediarios se ven diferentes, y comprar en el supermercado, y tomarse un café…

La propia vida se va transformando… que sea para ir transformando el mundo…

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