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Somos como miramos

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Tiempo de lectura: 3 minutos

“(…) Líbano es un país del tamaño de Asturias, con siete millones de habitantes y que atraviesa una crisis humanitaria sin precedentes. El Servicio Jesuita a Refugiados desarrolla en el país proyectos socioeducativos que brindan apoyo a cientos de personas desplazadas. Entre ellas destacan mujeres y niñas y niños procedentes de Siria, África y Asia. Son las vulnerables entre las vulnerables, olvidadas por un sistema que discrimina personas incluso en pleno conflicto. Abandonadas a su suerte bajo los bombardeos (…)”.

Así empieza el relato de Iván Benítez, fotoperiodista, que viajó de la mano de Alboan y Entreculturas a Líbano para cubrir la profundización de la crisis humanitaria que atraviesa el país desde que, el pasado 23 de septiembre, Israel bombardeó ciudades como Saida, Nabatieh, el valle de Bekaa y  Beirut. Alrededor de 1 millón 200 personas están desplazadas dentro del país, entre ellas más de 12.500 están heridas.  Miles, tanto libanesas como sirias, están huyendo hacia Siria para escapar de las bombas. Una crisis que cae sobre otras crisis agudizando la vulnerabilidad de una población ya vulnerable.

La foto que encabeza este artículo está tomada por Iván Benítez en Bar Elias en diciembre de 2024. Son las manos de un niño de 11 años de Alepo que nunca ha ido a la escuela y trabaja recogiendo basura. El único que trabaja en su familia.

En nuestro trabajo, las imágenes necesitan de un contexto. No son fotos de catálogo ni generadas por inteligencia artificial. En este tiempo de noticias, imágenes y vídeos falsos, donde es difícil distinguir lo real de lo artificial, nuestra responsabilidad es seguir siendo testigos de la verdad.

Y cada imagen nos cuenta una historia, siempre parcial, siempre mediatizada por los ojos de quien captura ese fragmento de realidad, de aquello en lo que fija su mirada. Miramos a través de sus ojos. Mirada parcial y sesgada.

De entre todas las miradas posibles, hemos tomado partido por compartir camino con las personas excluidas y vulneradas de nuestro mundo.  Y es a través de sus ojos desde donde nos situamos para contar su sufrimiento y sus luchas, su capacidad de superación y deseos de salir adelante, su esperanza y alegría. Imágenes que cuenten historias de dignidad que denuncian la injusticia y que nos hacen creer y crear otros mundos mejores.

Las imágenes generan emociones y movilizan respuestas por parte de quien las observa. Cuentan historias que crean conciencia, denuncian, suman apoyo. A través de ellas, podemos captar la atención y sensibilizar a la ciudadanía sobre realidades desconocidas y generar una conexión emocional con las comunidades a las que acompañamos y servimos.

Proporcionan un medio directo y efectivo para comunicar mensajes complejos. Una imagen tiene el poder de mostrar la realidad de una manera inmediata, visceral y difícil de ignorar. Ya sea una fotografía de una mujer trabajando para mejorar la educación en su comunidad o una instantánea de niñas que reciben apoyo en un campo de personas refugiadas, las imágenes humanizan las estadísticas y ponen rostro a las problemáticas.

El uso de imágenes en nuestro día a día debe ser siempre consciente, respetuoso y ético para asegurar que no se exploten ni distorsionen las realidades de las personas que estamos acompañando. Por ello, es vital adherirse a un código ético riguroso que proteja la dignidad y los derechos de las personas fotografiadas.

Uno de los principios más importantes es el consentimiento informado. Antes de capturar imágenes de personas, especialmente en situaciones vulnerables, es necesario obtener su consentimiento explícito y asegurarse de que entienden cómo se utilizarán esas imágenes. Esto es fundamental para respetar la autonomía y privacidad de las personas.

Además, las imágenes no deben reforzar estereotipos negativos ni mostrar a las personas de manera despectiva. Por ejemplo, la victimización a través de imágenes impactantes puede perpetuar una narrativa de impotencia y desesperanza que no refleja adecuadamente las realidades ni las capacidades de las comunidades.

El respeto cultural también juega un papel clave. Debemos ser sensibles a las normas y valores culturales de las comunidades a las que acompañamos y servimos. En muchos casos, ciertos tipos de imágenes pueden ser vistas como intrusivas o inapropiadas. Es fundamental que adoptemos miradas que eviten cualquier falta de respeto hacia las creencias locales. Esto no solo ayuda a proteger a las comunidades, sino que también fortalece la integridad de nuestras organizaciones y genera confianza entre las personas a las que servimos y la base social que apoya nuestra misión.

Gracias a la mirada de Iván Benítez, en la injusticia que reflejan las manos abiertas de un niño al que se le ha negado el derecho a acudir a una escuela y vivir en paz, podemos ver las manos abiertas a todas las personas que piden que el derecho a tener una vida digna sea respetado.

Ph: La niña con la bolsa en la cabeza es una de las miles de niñas que durante estas fechas de diciembre trabajaba recogiendo patatas en Líbano

Ph: Ismael Maamon, 43 años, abraza a su hijo Hussein, de 5, tras contar su historia de huida desde Sudán. Padre e hijo encontraron refugio durante los bombardeos israelíes en uno de los centros de acogida del JRS

 

 

Las fotos que encabezan y acompañan el artículo son de Iván Benítez

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