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Actitudes para tiempos de miedos, encierros y silencios

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Tiempo de lectura: 8 minutos

El padre Ismael Moreno, más conocido como padre Melo, es un jesuita hondureño profundamente comprometido en la misión de fe y justicia  por medio de la defensa de los derechos de los pobres. En el día de la Justicia Social 2025, le hemos preguntado cómo ésta se encarna en la identidad y las obras de la Compañía de Jesús.

Su compromiso le ha merecido y le sigue mereciendo amenazas, incluso de muerte. Nos traslada su compromiso e inspiración desde su querida Honduras, un país profundamente herido por violencia e injusticia. En este artículo que actualizó para la Escuela para el Cambio, basado en otro escrito en 2019, inspira la esperanza del apostolado social de la Compañía de Jesús en estos tiempos inciertos y habla de la justicia social con los más excluidos. Durante sus 47 años de compromiso, ha conocido muchas mujeres y hombres de todas condiciones sociales, pensadores y activistas, creyentes y no creyentes, que fueron asesinados.
Estos mártires alimentan sus sueños y sus días, y lo remiten a Jesús de Nazaret. Los mártires, dice, eran personas imperfectas, con sus fragilidades, pero dispuestos a dar sus vidas… como ocurrió con su buena amiga, la hondureña Berta Cáceres. Había programado estar con ella para una actividad la noche anterior a su asesinato. 
La esperanza de Ismael Moreno se debe también a la generosidad de la gente sencilla con la que vive y trabaja. Siempre listos y deseosos de compartir lo poco que tienen, e incluso de ofrecerle el mejor acomodo en su hogar.

Apostolado Social para tiempos inciertos

El Apostolado Social ha nacido y ha crecido en ambientes de efervescencia y de búsqueda. Hoy estamos en tiempos desfavorables en el planeta entero con amenaza a la vida y el ambiente. Hemos de situarnos en estado de búsqueda y debate. No perder la pequeñez como talante de Iglesia de los pobres, que nada tiene que ver con mediocridad y timidez. Es convocatoria a dar sombra en tiempos de aridez y a cobijar a muchos en tiempos de incertidumbre. En tiempos de religiones de muchas bullas y de espectáculos, la Iglesia de los pobres aporta esa experiencia de Iglesia-comunidad que nos remite a las experiencias primigenias de las primeras comunidades.

El Apostolado Social se sitúa en una Iglesia de los pobres que no nace ni puede ser entendida como una realidad distinta a la institucionalidad de la Iglesia ni de la Compañía de Jesús. Nace para animar a la Iglesia toda desde la base. Nos recuerdan que la Iglesia, en tanto continuadora de la misión evangelizadora, tiene su referencia esencial en la comunidad, es lo identitario de la Iglesia. Lo evangélico es lo que llena de espíritu a lo eclesial, en tanto comunidad, y lo eclesial es lo que baña de sentido a lo eclesiástico en tanto institucionalidad. La Iglesia de los pobres es para la institucionalidad ese referente al que se debe. Lo primero es la comunidad, y la comunidad necesita organizarse, de donde sigue la institucionalidad. Este es el aporte permanente de la Iglesia leída desde la vida de los pobres. En tiempos de salidas individuales y cuando se acentúa el valor de la competencia y del éxito, las Comunidades de fe desde la base emergen como experiencias testimoniales de comunidades organizadas en movimiento, con su fuerza profética y con sus valores de solidaridad y de rebeldía.  

El Apostolado Social nace y crece en un ambiente de ruptura con paradigmas dominantes y en un período de construcción de propuestas, en tiempos creativos y de sueños por la transformación. Y nace vinculado con la cultura, la educación popular, la investigación el canto popular, y se ha desarrollado en sintonía con otras expresiones regionales y mundiales en choque con los paradigmas dominantes.

Siempre desde lo social y político, se ubica en diálogo, en apertura y búsqueda con otros. Es puerta de encuentro con otras realidades, por eso es un enriquecimiento a toda la Compañía de Jesús y a la iglesia. Al mismo tiempo, una presencia testimonial de lo que somos y buscamos. El estado situacional del Apostolado Social, desde lo político y social, la fe y la cultura, se sitúa en tensión; es impensable que exista Apostolado Social sin tensión. Está en tensión frente a la institucionalidad de la Compañía de Jesús y frente a la Iglesia. El Apostolado Social siempre, desde su tensión, siempre llama a “abajarse”.

Ha sido un dinamismo histórico unido a la tradición de Fe y Justicia y, en nuestra región, unido a la teología latinoamericana que nació dar razón histórica desde el dato revelado a las experiencias de fe que se fueron expresando en las Comunidades Eclesiales de Base y ha de estar en estado de tensión con los partidos políticos puesto que los mismos hacen referencia a la toma del poder del Estado. En ocasiones, pueden encontrarse con partidos políticos o sus frentes de masas, pueden dialogar, pero nunca van a coincidir porque son identidades diversas. El Apostolado promueve los cambios desde la fe, y en la realidad histórica acentúa la ética que ha de bañar la política. Se sitúa como conciencia crítica de quienes en la sociedad buscan las transformaciones desde el control del Estado. Los partidos políticos buscan los cambios desde el poder, y con frecuencia subordinan la ética al poder.

El Apostolado Social promueve la fidelidad al Evangelio de Jesucristo, aquí radica la tensionalidad que la define en relación con los demás. En apertura y en diálogo, pero desde las “bajuras” de la historia y de los pobres. Por lo tanto, su estado situacional es la incomodidad. Porque está en relación, pero desde la identidad de ser eclesial y de base. Se sitúa desde el “no poder” “desde los sin poder”.

Entiende la relación con el poder a partir del servicio y de la escucha a los clamores de los sectores oprimidos. Está siempre recordando a la Compañía de Jesús y a la Iglesia que la opción preferencial por los pobres es, además de evangélica, histórica en cuanto que los pobres se sitúan en el reverso de la historia, en las historias no contadas, negadas o invisibilizadas por los fuertes.

El Apostolado Social entiende el poder como la capacidad de la gente empobrecida por producir transformaciones en los demás y en el entorno desde la dignidad humana y el bien común. En ese sentido, el Apostolado Social como realidad histórica y desde el no poder ha sido conciencia crítica desde la periferia.

Se sitúa desde la resistencia y la rebeldía, como actitudes que rompen con la lógica del poder, del mercado, con la lógica del paradigma dominante y como propuesta de paradigma alternativo. El paradigma dominante dice que todo se resuelve desde el poder, desde arriba, desde el más grande. Para el Apostolado Social, las grandes respuestas vienen del paradigma que surge de abajo y de la horizontalidad. Las transformaciones por la vida se hacen desde la vida. Justo lo que dice el Evangelio a partir del Misterio de la Encarnación. Somos Iglesia y desde ella cuestionamos todo aquella institucionalidad que en nombre del Evangelio le quita su mordiente, y adultera su identidad comunitaria.

Como concreción histórica de la fe y justicia de la Compañía de Jesús y de la Iglesia, aporta a la transformación de la sociedad desde todos aquellos rasgos que alimenten alegría y solidaridad, cercanía y confianza, cultura y fe en las transformaciones pacíficas, con profundidad en las propuestas y claridad y sencillez en la divulgación y transmisión de contenidos.

El Apostolado Social asume que se sitúa en una carrera de resistencia prolongada, no en una carrera de velocidad. Las prisas por alcanzar pronto las metas cansan y dejan sin aire. Lectura, meditación, descanso, en equipo, en alianzas, en fiesta que cargue energías y en respeto a espacios personales, en corresponsabilidad humana y en complicidad con muchos otros sectores. Asume que el trabajo no ha de ser una solo de extensión, sino de profundidad.

Actitudes para tiempos de miedos, encierros y silencios

  • Actitud esencial de nuestro tiempo: estar pegados a la gente; no sólo en declaraciones, análisis o en proyectos que tienen como destinatario o argumento a los pobres. Es necesario el signo, el sacramento, el testimonio de vida. Disminuir medios que nos separan y establecer puentes que nos vinculen real y físicamente a la gente. Es necesario recuperar la confianza en la gente más pobre. Vivimos defendiéndonos de los pobres. La pauta que define nuestras relaciones y nuestra actividad en la vida pública es la sospecha hacia los pobres. Estas actitudes, que se argumentan en datos objetivos del aumento de la delincuencia callejera, no son sino expresiones profundas de los procesos deshumanizadores cuyo detonante no está en la gente pobre, sino en quienes sostienen el modelo de desigualdades y que concentra riquezas en menos personas. Este tipo de desigualdades y exclusiones constituyen el acto estructural de violencia, y muchas veces nosotros acusamos a las víctimas como si fuesen nuestros enemigos, y respetamos hasta el servilismo a quienes tienen el poder de destruir nuestra dignidad humana.
  • Actitud de apertura a la gracia de la enseñanza cotidiana de los pobres, que tienen una capacidad impresionante para hacer el bien en medio de múltiples adversidades. Aunque muchos sucumben ante la desesperación, la mayoría de la gente resiste haciendo el bien. Es la población común y corriente la que nos enseña el trabajo humilde y austero, la que guarda enormes reservas de bondad, honradez, trabajo y saben transmitirlo a quienes van detrás de ellos. Son ellos, los pobres, los que mantienen la esperanza en este mundo, en medio de sus sudores y dificultades. Desde condiciones a veces infrahumanas, son los pobres los que hacen avanzar los sueños y las esperanzas de toda la sociedad. Mientras la mayoría de los pobres tienden al bien, los líderes y políticos acaban siempre arrodillados ante la riqueza o el poder. Volver los ojos y el corazón a la gente y establecer una relación de confianza es una actitud sin la cual es imposible que nos abramos hacia la construcción de sociedades compartidas y solidarias y a vivir en plenitud nuestra fe en Jesucristo.
  • A nosotros cristianos y cristianas nos toca como desafío reafirmar el sentido de la vida sin evadirla, aun en medio de tantas frustraciones acumuladas. En el recuento de su vida, el escritor latinoamericano Ernesto Sabato, confiesa que «es natural que en un mundo  que anuncia catástrofes y que pone las triunfos en vanalidades, la juventud intente evadirse entregándose  al consumo de drogas. Un problema que los imbéciles pretenden que sea cuestión policial, cuando es el resultado de la profunda crisis espiritual de nuestro tiempo». Mostrar en estos tiempos de triunfalismos falsos que la verdadera resistencia es la que combate por valores que se consideran perdidos, es una tarea que nos atañe directamente. Compartir esta hambre por la dignidad y la justicia es la mayor expresión de dignidad y resistencia ante un mundo que se rinde ante el individualismo y ante las salidas rápidas y fáciles a los problemas.
  • Nos urge rescatar la vida y la memoria de los mártires, de tantas personas, hombres y mujeres que, en el todavía reciente y fresco pasado, dieron su vida por hacer realidad su sueño de hacer brotar una sociedad en la que toda su gente comparte las mismas oportunidades y corre por igual los mismos riesgos. Urge rescatar de los escombros de la historia a quienes nos precedieron en la entrega.
  • Salir del encierro de nuestros templos y seguridades eclesiásticas es una actitud muy propia para la iglesia en estos tiempos. Y así nos lo pide el papa Francisco. No es posible que nos encerremos cada vez con más seguridades en nuestras estructuras eclesiásticas, sin abrirnos generosamente a la realidad cotidiana de la gente sencilla. Situar nuestras propias depresiones y crisis particulares en la angustia y sufrimiento de quienes tienen que luchar todos los días para sobrevivir, y alimentarnos de sus pequeñas esperanzas y de sus amistades a prueba de apariencias y compensaciones es al final de cuentas, la actitud y el lugar precisos para seguir apostando por la siempre identidad profética de la Iglesia que nació del Espíritu, la vida y la palabra de nuestro Señor Jesucristo.
  • El desafío de ser apostolado social e Iglesia sencilla. Necesitamos formular, entender y construir hoy, en el siglo veintiuno, la manera más sencilla de ser apostolado social e Iglesia, sin quedarnos viendo hacia arriba, y sabiendo ser conciencia crítica y propositiva en una sociedad pluralista, violentada y compleja. ¿Qué rasgos ha de tener para saber situarnos con sencillez, pero con firmeza, en el centro de las tormentas sociales, políticas y culturales de nuestro tiempo?
  • Dónde alimentar nuestra esperanza en tiempos de miedos, encierros y silencios:
    1) Fe en Dios que escucha clamores y hace amanecer a los pueblos de sus largas noches de angustias, derrotas y frustraciones;
    2) Memoria de mártires, como el aguijó ante nuestras perezas, tibiezas y mediocridades;
    3) Generosidad de la gente;
    5) Trabajo en equipo y celebrar en comunidad;
    6) Solidaridad y enlaces internacionales de los pueblos;
    7) Alegría y fiesta, talante de quienes viven sus luchas y entregas, sin dejarse atrapar por desánimos, depresiones y el mal humor.

 

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