La estrella de la Navidad: iluminando los cuidados como la esencia de la vida
La Navidad viene preñada de una de las mayores dualidades del calendario que se repite año tras año: por una lado es una potente invitación a conectar con lo más puro, auténtico y esencial y por otro lado, viene envuelta en una de las inercias sociales más fuertes y arraigadas que privilegia el consumismo, las obligaciones, las exigencias de perfección y los roles de género tradicionales.
En este escenario, reflexionar sobre la Navidad desde una perspectiva de género puede ayudarnos a resignificar esta festividad, acercándonos a una experiencia auténtica y transformadora.
El Portal de Belén: un lugar de cuidados y vulnerabilidad
La Navidad pone en el centro la experiencia del cuidado y de la atención a lo más importante de la vida. Es un relato que en el que brilla una estrella señalando la vulnerabilidad, los cuidados y la interdependencia como el germen de una gran noticia que humildemente vienen a cambiar el mundo.
Atendiendo al origen de esta tradición, estamos celebrando a un Dios que se hace bebé y que se hace absolutamente dependiente. El portal de Belén es un frágil e incierto lugar que se convierte en lugar de salvación gracias al amor, la confianza y los cuidados: María, José, pastores, reyes y hasta los animales dan calor y atención al recién nacido que es el centro del relato.
El portal de Belén es más que un símbolo religioso. Es un espacio profundamente humano que nos habla de la vulnerabilidad, los cuidados y el amor como formas esenciales de vida. Allí, en condiciones precarias, María, José y el niño se encuentran rodeados de gestos de delicadeza: los animales calientan el lugar, los pastores llegan con ofrendas, y todos contribuyen a la acogida. Es una imagen poderosa de una comunidad que sostiene y protege, alejándose de las dinámicas de poder o exclusión.
El nacimiento del Niño: la conexión con lo más puro y auténtico como personas, familias y sociedad
En su esencia, la Navidad tiene el potencial de conectarnos con lo más puro: el nacimiento como símbolo de nuevas oportunidades, la experiencia de amor, fe y cuidados. Es un momento para preguntarnos qué queremos sostener y cuidar y qué necesitamos cambiar en nuestras vidas y relaciones. Es un momento de preguntarnos qué es lo que de verdad importa y ponerlo en el centro.
Sin embargo, esta conexión con lo esencial se ve muchas veces eclipsada por la inercia social que acompaña a la Navidad. El consumismo desenfrenado, la búsqueda de perfección en las reuniones y la exigencia de cumplir con tradiciones que a menudo resultan vacías, nos alejan de su sentido más profundo.
La Inercia de los Cuidados en la Navidad: el trabajo invisible
Para muchas familias, la Navidad implica una serie de tareas que no cesan: organizar comidas, decorar, comprar regalos, planificar reuniones familiares y mantener los vínculos afectivos. Estudios en todo el mundo señalan que ellas dedican más tiempo a las labores del hogar, y esta dinámica no cambia en fechas festivas. Al contrario, se intensifica. Este trabajo invisible suele pasar desapercibido, pero resulta clave para el éxito de las celebraciones.
En lugar de convertirse en un espacio de disfrute compartido, la Navidad puede llegar a reforzar desigualdades, perpetuando un sistema de cuidados nada equitativo.
Resignificar los Cuidados: Una Navidad Transformadora
Reflexionar y tomar conciencia sobre los cuidados con perspectiva de género es clave para transformar la polaridad que presentan estas fechas. En lugar de permitir que la inercia social determine nuestras acciones, podemos retomar el potencial transformador de estas celebraciones y resignificarlas.
Una Navidad transformadora es aquella en la que el cuidado es una responsabilidad colectiva. Esto implica una distribución justa de las tareas y una valoración igualitaria de todos los aportes, desde preparar la cena hasta brindar apoyo emocional.
La estrella que brilla en la vulnerabilidad
La Navidad tiene el potencial de ser un espacio transformador si logramos equilibrar su polaridad. Reconectar con lo puro requiere detenernos, mirar a nuestro alrededor y valorar las dinámicas que sostenemos. Conectar con esa vulnerabilidad y eso que necesita de cuidados para ponerlo en el centro sosteniéndolo de manera colectiva.
Superar la inercia establecida no significa rechazar tradiciones, sino resignificarlas para alinearlas con el deseo de un renacer pleno. Así, la Navidad deja de ser un espacio de cumplimiento social y de reproducción de desequilibrios, alejada de las dinámicas de poder, como ocurrió en Belén, para convertirse en un acto genuino de conexión con lo más puro de nosotros mismos y de nuestras relaciones.
En la decisión consciente de poner la vida y lo más vulnerable en el centro ( a nivel individual, familiar y social) se encuentra la posibilidad de un verdadero nacimiento, no solo para estos días, sino para toda nuestra vida y nuestra historia.
La imagen de portada es un detalle del cuadro “Noche y sueño” de Mary Lizzie Macomber