¡Hola! Soy Elena Manjón García, una joven Salmantina apasionada de la educación. Actualmente soy profesora en el colegio jesuita San Estanislao de Kostka, en Salamanca, y este verano decidí embarcarme en una de las mayores aventuras de mi vida: “Experiencia sur”.
Decidir irme de voluntaria a Guatemala fue, sin lugar a dudas, una de las mejores decisiones de mi vida
Aterricé en Santa Lucía la Reforma, un pequeño municipio de Totonicapán. Santa Lucía es un rincón mágico enclavado en las montañas del altiplano guatemalteco, rodeado de un paisaje que quita el aliento. Pero, por encima de todo, lo que realmente marcó mi experiencia fue mi trabajo en las escuelas multigrado.
Las escuelas no son solo lugares donde se imparte educación, son el centro de estas comunidades indígenas. Aquí, la educación se convierte en un motor de esperanza y cambio, en un entorno donde acceder al conocimiento es un desafío que muchos menores enfrentan día a día.
En estos centros educativos niños y niñas de diferentes edades comparten el mismo salón y el mismo maestro. Aunque parece complicado, este modelo fomenta no solo el aprendizaje, sino también la cooperación y el respeto mutuo.
Recuerdo mi primera semana allí.
El sonido de las risas de los alumnos y alumnas fue la primera señal de que iba a vivir algo único.
Llegué temprano, el aire era fresco y el sol comenzaba a calentar. Mis alumnos, con sus sonrisas tímidas, se acercaron curiosos.
Algunos acompañaban a sus hermanos pequeños de la mano, otros ayudaban llevando leña a la escuela.
Cada día era una oportunidad para aprender y compartir. Al entrar en las aulas me encontraba con miradas llenas de entusiasmo, retumbaban las risas de mis alumnos entre las paredes, detalles que me hicieron darme cuenta de lo importante que es valorar la pequeñas cosas.
Los ojos de mis niños, de mis niñas, reflejaban un deseo enorme de aprender y cada pequeño avance era celebrado como un gran logro.
La satisfacción de verlos comprender algo nuevo o participar con entusiasmo en una actividad es difícil de describir, pero te conecta con la importancia de la Educación y el enorme impacto esta tiene en sus vidas.
El ambiente en la escuela era de solidaridad y compañerismo, todos se conocían y se apoyaban mutuamente. Las clases no se limitaban a lo académico, también se promovían valores como el respeto, la solidaridad y el trabajo en equipo. Cada niño aportaba algo especial a la dinámica del grupo y cada pequeño logro se celebraba como un triunfo colectivo. Ver el esfuerzo diario de los alumnos y sus maestros por superar las dificultades me llenó de admiración.
Además de enseñar, participé en actividades comunitarias que mi brindaron la oportunidad de aprender sobre la cultura Maya, sus tradiciones y su historia. Compartí comidas, conversaciones y momentos que nunca olvidaré.
Me he dado cuenta de que el voluntariado no trata solo de lo que una puede aportar, sino de lo mucho que se recibe a cambio. Aprendí sobre humildad, sobre disfrutar de las cosas sencillas y sobre la fuerza de la perseverancia. Estas realidades te impulsan a ser un agente de cambio, a luchar por un futuro mejor para todos.
Porque como dice Eduardo Galeano: “Son cosas chiquitas. No acaban con la pobreza, no nos sacan del subdesarrollo, no socializan los medios de producción y de cambio, no expropian las cuevas de Alí Babá. Pero quizá desencadenen la alegría de hacer y la traduzcan en actos. Y al fin y al cabo, actuar sobre la realidad y cambiarla, aunque sea un poquito, es la única manera de probar que la realidad es transformable”
Finalmente, quiero agradecer al equipo de Fe y Alegría Guatemala, que nos acogió desde el primer momento con los brazos abiertos, y a todos los compañeros y compañeras de la Casa del Saber que han sido nuestra familia durante esta maravillosa experiencia.